El libro de la serenidad



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La parábola del dardo



Y así se expresó Buda:

-Monjes, una persona que no conoce la Enseñanza experimen­ta una sensación agradable, experimenta una sensación desagrada­ble o una sensación neutra. Un noble discípulo que conoce la Ense­ñanza también experimenta una sensación agradable, una sensación desagradable o una sensación neutra. ¿Cuál es la diferencia, la diver­sidad, la distinción entre un noble discípulo que conoce la Enseñan­za y una persona mundana que no conoce la Enseñanza?

»Cuando una persona mundana que no conoce la Enseñanza es tocada por una sensación dolorosa se inquieta, se aflige, se lamen­ta, se golpea el pecho y llora y está muy turbada. Es como si un hombre fuera traspasado por un dardo y, a continuación del primer impacto, fuera herido por otro dardo. Así pues, experimentará las sensaciones causadas por los dos dardos. Ocurre lo mismo con la persona mundana que no conoce la Enseñanza: cuando es tocada por una sensación dolorosa (corporal) se inquieta y sufre, se la­menta, se golpea el pecho, llora y está muy turbada. Así expe­rimenta dos sensaciones: la sensación corporal y la sensación mental.

»Pero en el caso de un noble discípulo bien enseñado, monjes, cuando es tocado por una sensación dolorosa no se inquieta, no se aflige, no se golpea el pecho y llora, ni está turbado. Experimenta una sensación: la corporal, pero no la mental. Es como un hombre que ha sido traspasado por un dardo, pero no es herido por un se­gundo dardo que sigue al primero. Así esa persona experimenta las sensaciones causadas por un solo dardo. Ocurre lo mismo con un noble discípulo que conoce la Enseñanza: cuando es tocado por una sensación dolorosa, no se inquieta, no se aflige, ni se lamenta, no se golpea el pecho y llora, ni está muy turbado. Experimenta una sola sensación, la corporal.


Comentario
La sensación merece un análisis preciso, porque toda nuestra vida es sentir. De hecho, en Oriente a los seres vivos se los deno­mina «seres sintientes». La sensación es lo que denota la vida: mientras existe un complejo cuerpo-mente, hay sensaciones. Pue­den ser burdas o sutiles, gratas, ingratas o neutras. Unas (las agra­dables) producen codicia; otras (las desagradables), odio; otras (las neutras) generan tedio o torpor mental. Las sensaciones -tanto las físicas como las mentales- dominan nuestra vida y nos someten, si no sabemos manejamos con ellas, a la ofuscación, dependencia, es­clavitud, desasosiego, aferramiento y odio.

Todos perseguimos compulsivamente sensaciones gratas y no nos basta con disfrutarlas, sino que deseamos eternizarlas, apro­piamos de ellas, repetirlas e intensificarlas, con lo que generamos adicción, aferramiento, dependencia y, antes o después, desdicha. Detestamos, asimismo, las sensaciones ingratas, que nos crean frustración y malestar, las rechazamos añadiendo sufrimiento al su­frimiento, y se crea resentimiento y rabia, aumenta la masa de do­lor. Ante las sensaciones gratas e ingratas, los sabios proponen la firmeza, equilibrio e imperturbabilidad de mente. Es una discipli­na que, aunque requiere entrenamiento, está al alcance de todo el mundo. El esfuerzo continuo para desplegar la ecuanimidad es im­prescindible. La sensación pierde ascendencia sobre la persona y no la somete a servidumbre. La sensación grata se disfruta, sin afe­rrarse; la sensación ingrata se sufre, sin crear odio, rencor, frustra­ción y desdicha sobre la desdicha. ¿No es esto sabiduría? Poco a poco nos vamos situando así más allá del aferramiento y el odio, lo que proporciona la verdadera libertad interior, la tranquilidad, la sublimidad.

En el Digha Nikaya leemos: «Que mi mente no abrigue codicia por nada que induzca a la codicia»; por esta razón debemos con­vertir la atención vigilante en guardián de la mente, por el propio bien. «Que mi mente no abrigue odio hacia nada que induzca al odio»; por esta razón debemos convertir la atención vigilante en guardián de la mente, por el propio bien.


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