Como no creía en las palabras ni en los conceptos, ni en el saber libresco, ni en la simple erudición, era un maestro al que no le gustaba enseñar y por eso sólo tenía un discípulo. Pero precisamente este discípulo era un intelectual y se empeñaba en reducido todo al análisis intelectivo, al concepto y las palabras.
-Pero la sabiduría -le decía el mentor- no nace en el pensamiento, sino donde éste cesa.
-¿Acaso no es el pensamiento la fuerza más poderosa y significativa del ser humano? -replicaba desafiante el discípulo, convencido de la omnipotencia del pensamiento.
Pero el maestro pacientemente insistía:
-El pensamiento tiene respuestas limitadas. Lo que tú eres y nunca has dejado de ser, no podrás percibido a través del pensamiento.
Como el discípulo siempre permanecía incrédulo ante las aseveraciones del mentor, éste finalmente le dijo:
-Te contaré una historia. Imagina que en una localidad en la que nunca se habían producido robos y no había sido necesaria la policía, dada la virtud de sus gentes, comienzan a sucederse los hurtos. Entonces el alcalde reúne a las buenas y pacíficas gentes de la localidad y les dice: «Por primera vez en nuestro pueblo se están produciendo! algunos robos. Es necesario, pues, que tengamos un policía. Aquellos que quieran aspirar al cargo, que se presenten al mismo». Pero tan sólo una persona opta al puesto y lo obtiene: el ladrón. Como puede suponer, éste no va a prenderse a sí mismo, ¿verdad? Pues así, testa rudo, la mente ordinaria no puede ir más allá de la mente ordinaria!
Comentario
La mente está saturada de condicionamientos. La misma mente que quiere o dice querer verse libre de ellos los sigue apuntalando e intensificando. La mente lucha contra ella misma. Hay una mente de superficie, una mente de profundidad en la sombra y una mente de bendita paz interior donde cesan los pensamientos, los deseos y los miedos. Esta última es la mente meditativa. Sólo ésta permite la captación de la naturaleza primordial en uno mismo. Pero la mente de superficie y la mente de profundidad con sus condicionamientos, deseos compulsivos y odios no facilitan el acceso a la mente meditativa.
Leemos en el Bhagavad Gita: «El Yo es un amigo para el hombre cuyo yo inferior está dominado por el Yo superior, pero quien no ha alcanzado su Yo superior, tiene en el yo inferior un enemigo que obra como tal». El enemigo está dentro de la mente: nos limita, abate, turba y condiciona. Es el ladrón del sosiego, el asesino de la serenidad. La alquimia interior consiste en lograr que la misma mente que nos ata gire y comience a apoyamos en la emancipación.
El más antiguo método de autodesarrollo humano y búsqueda de la serenidad, el yoga, propone para ello: la higiene física y mental; el autodominio saludable; la virtud genuina; el perfeccionamiento del cuerpo, sus energías y funciones; la concentración y la meditación; el conocimiento supralógico; la acción consciente e inegoísta. También, como el taoísmo, invita a la simplicidad, a la apertura al aquí y ahora y al despliegue de esa hermosísima e incomparable cualidad que es la compasión.
En el Tao-Te-Ching se dice: «La compasión por sí misma puede ayudarte a ganar una guerra. La compasión por sí misma puede ayudarte a defender tu estado. Porque el cielo acudirá al rescate de los compasivos y los protegerá con su compasión». Pero en la medida en que vamos aquietando la mente e inhibiendo los pensamientos automáticos, vamos encontrando una fina «brecha» hacia la mente silenciosa y plena. También es importante cuidar el cuerpo, sin obsesiones, pero atenderlo de modo adecuado, y cuidar las energías vitales.
En la medida en que la mente de superficie y la de profundidad se calman, se manifies-ta la otra mente, capaz, como el más puro de los espejos, de reflejar límpidamente el Yo su-perior.
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