3.-EN EL MARCO DE LA PUGNA INTERNA DE LA ORDEN FRANCISCANA.
Un Estado con rasgos cada vez más absolutistas y centralistas necesitaba que unos focos de influencia, como eran los conventos y monasterios, no sólo fueran afines al régimen sino incluso colaboradores de él; de ahí la exigencia de “generales naturales”. Las ramas observantes de las órdenes habían surgido afines a esta sensibilidad de los Estados modernos459; en las ramas conventuales mantenían más autonomía unos conventos respecto de otros y estaban más unidas a las familias influyentes de cada tierra.
Melquiades Andrés ha insistido en la relación entre las observancias y reformas y la teología y la mística del siglo XVI. Su obra rezuma la idea de que la teología y la espiritualidad del siglo XVI español tienen su base en dichas observancias y reformas460. Los Conventuales aparecen como el pasado a superar, aunque haga afirmaciones tan ambiguas como ésta: “los conventuales que vivieron después de la crisis (siglo XIV) eran óptimas personas, pero no vivían las constituciones y la regla de la orden, ni la vida en común”461. Habría que hacer una profunda indagación sobre qué formación tenían unos y otros. Mientras tanto, atendiendo a las conclusiones de este autor sobre lo que estudiaban los Observantes462 por un lado, y por otro a los libros que tenían los Conventuales cuando fueron requisados sus conventos en ese año 1567463, parece que recibían una formación similar, por lo que las diferencias entre unos y otros no debían estar en el terreno intelectual.
En el desarrollo de los acontecimientos que hemos descrito, se descubre la mano de los Franciscanos Observantes que, ejerciendo de confesores y predicadores464 de la familia real, ostentaban gran poder en la Corte de Felipe II. Sus acciones las llevaron a cabo con mucho sigilo y desde la penumbra, pero eran los verdaderos promotores y gestores de la extinción de los Claustrales. En Roma consideraron que era una buena clave para interpretar las intenciones verdaderas de Felipe II el saber que era el obispo de Cuenca, Fresneda, quien solicitaba los breves papales. Pero, a su vez, no podemos ignorar que el precio que tenían que pagar estos frailes “cortesanos” era el de ser “marionetas” del poder político. Eran una herramienta única a la hora de dar soporte ideológico al entramado social y a la hora de consolidar un determinado tipo de valores: los de la contrarreforma. Es conocido que hombres como Melchor Cano, Fernando Valdés o Bernardo de Fresneda se encargaban de justificar desde el punto de vista teológico y espiritual las actuaciones del Estado. En vez de ser instancia crítica, estos eclesiásticos funcionaban dando cobertura ideológica del sistema.
Una documentación del año 1570 nos da las claves para entender la mentalidad y las ambiciones reales de algunos de los Franciscanos Observantes más influyentes y con autoridad dentro de su Orden. Su filosofía de fondo se corresponde plenamente con la que traslucen los acontecimientos aquí estudiados. Nos referimos a tres documentos con los que Juan de Lilio, Ministro Provincial de la Provincia de Castilla de los Franciscanos Observantes, intentaba obstaculizar la edificación en Madrid de un convento de Franciscanos Descalzos de la Provincia de San José465. Para ello apuntaba unas razones que encajan perfectamente con las motivaciones que Fresneda y los que actuaban con él tuvieron en la supresión de los Franciscanos Conventuales.
Éstas eran sus razones:
1.- No tiene sentido que en un determinado lugar, y menos en Madrid, haya dos casas de una misma Orden con diversa obediencia, porque se tendrían que disputar las limosnas, dando lugar a “discordias y escándalos”. Interesante es la afirmación del Provincial de que frailes “imperfectos e ignorantes…en todas las comunidades del mundo ay gran número”; interesante porque no pedía reforma, sino que aceptaba la mediocridad como parte de la vida. Esta mediocridad no podía ser, pues, la causa ni la motivación de lo que se hizo con los Franciscanos Conventuales.
2.- Irá en detrimento de la casa histórica de San Francisco.
3.- La causa por la que la Orden “está caída y menospreciada en Italia” era que en muchos lugares de escasa población había hasta cinco conventos de cinco obediencias distintas de la Orden Franciscana, por lo que: “los Observantes destruyeron y desacreditaron a los conventuales, y los Amadeos y Clarenos a los Observantes, y los Capuchinos a todos y todos a los Capuchinos, de donde an manado y manan cada día grandísimas discordias en menoscabo de la authoridad y crédito desta religión”. Esta afirmación, en boca de un Provincial observante, es de incuestionable valor. Aunque directamente se refiera a Italia, podemos entender que considera que fueron los Franciscanos Observantes los agentes de la destrucción de los Franciscanos Conventuales también en España. Como se dirigía a quienes mandaron ejecutar la supresión, no tenía ningún pudor en manifestar su parecer.
Insistía también en que el Emperador, su padre, a quien Felipe II tenía como modelo, conociendo muy bien estas situaciones no cedió a los que le presionaban para que aceptase la presencia de los Capuchinos en sus Reinos, porque de su “venida manava gran perjuicio y desauthoridad a toda nuestra religión que llamamos observancia, la qual sola se usa en España”. Este encumbramiento de la uniformidad y terror a lo diverso era parte de la ideología imperante y oficial en el Reino y venía como anillo al dedo a una institución como la Regular Observancia Franciscana, que había ido ganando posiciones dentro de la Orden a lo largo de su historia.
4.- Los Franciscanos Descalzos tenían como carisma estar en “lugares desiertos, necesitados de doctrina y monasterios”, luego sólo buscaban entrar en Madrid porque la Provincia de San José tuvo “por fundadores a los claustrales que fray Pedro de Alcántara juntó y reformó”, y que en ese momento pretendían “volver a morar a los mesmos pueblos y provincia de donde salieron”. Decía que si se les aceptaba en Madrid, se les tendría que aceptar en cualquier lugar que quisiesen fundar.
5.- Si no tuviese más remedio que consentir la construcción, que se pusiese bajo la obediencia de la Provincia de Castilla, porque en la de San José no se cumplían las normas.
6.- La filosofía que se argüía como fondo de la cuestión era “que toda scisma y división es tan contraria al buen gobierno que admitida una vez no sólo es causa de estorvarle pero de asolacion de repúblicas temporales y espirituales”.
La Observancia Franciscana no respondía en esos momentos a la realidad de un grupo de frailes bienintencionados que buscaban modos concretos de vivir el radicalismo evangélico al estilo de Francisco de Asís. No, la Observancia Franciscana era una prestigiosa y numerosa Orden religiosa, una sólida institución dentro del organigrama de la Iglesia y del Estado466.
La rivalidad entre los Franciscanos Conventuales y los Observantes no era una lucha de malos contra buenos, como han escrito no pocos cronistas: ésa es una visión simplista, maniquea y, casi siempre, apologética. La lucha a vida o muerte entre estas dos ramas de una misma Orden fue una lucha por la subsistencia del grupo en un contexto donde lo diverso era visto, ante todo, como adverso. “El auge y triunfo de las Observancias terminó haciéndolas monolíticas. Su centralismo e incluso el personalismo de sus superiores mayores, asistidos de sus casas-madres y de sus consejeros las convirtió en castillos cerrados de la legitimidad”467. Además, se vivía con el temor de que la sociedad no tuviese capacidad de absorber un excedente de grupos religiosos de una misma Orden: “arreciaban también entre los laicos las quejas por la proliferación de los mendicantes”468. Esta relación conflictiva era tambíen fiel reflejo de las disputas que habían surgido antes entre la antigua y la nueva nobleza, entre la organización social, política y religiosa medieval y las nuevas estructuras en las que se estaban consolidando los estados modernos.
Dentro de la misma Observancia Franciscana eran los dirigentes quienes mantenían estas posturas intransigentes e interesadas, porque hemos visto que Diego de Estella se situaba en otra perspectiva; lo mismo podemos decir de hombres como el famoso Antonio de Guevara, que decía: “La perfección o imperfección del monasterio no consiste en el hábito que traen, sino en los monjes que lo traen. Mucho huele a vanidad y aun sabe a liviandad el competir unos religiosos con otros sobre los hábitos que traen y sobre los apellidos que tienen, como sea verdad que su competencia había de ser no sobre quién es de mejor Religión, sino sobre cuál de ellos guarda su profesión”469.
Indudablemente Felipe II y su Corte tenían puesta su confianza, en este momento, en hombres de la Observancia Franciscana. Y en ésta era inveterado su afán por sustentar la única bandera de la Orden. No eran días en los que se valorase de forma positiva ningún tipo de pluralismo. Muy al contrario, eran “épocas de radical intolerancia”470. La Corte favoreció a los Jerónimos a costa de los Premostratenses y los Isidros, a los Observantes Franciscanos a costa del resto de franciscanos: Conventuales, Terciarios Regulares, Descalzos…; favoreció a aquellos que tenían autoridades fieles a la Corona frente a aquellos cuyos generales eran extranjeros; y, como sus antecesores, usó esta reforma como instrumento de “castellanización”, allá donde pudo471. Muchos de los dirigentes del Estado y de las órdenes religiosas confundían sus intereses personales e institucionales con los “intereses” del Evangelio, de la Religión472. Esta confusión no era fruto de la maldad, en principio; ni es mínimamente objetivo el moralizar esta cuestión; era fruto de haber colocado la Religión como uno de los principales soportes del Estado; del mismo modo que en el siglo XIII las órdenes mendicantes encajaron con la burguesía naciente en las ciudades y sirvieron a los intereses del papado473, las Observancias habían sintonizado con los nuevos estados modernos474. La supresión de los Franciscanos Conventuales, vista desde aquí, tiene que ver con la consumación de un proceso de adaptación de las órdenes religiosas a las nuevas circunstancias de la sociedad. En concreto, para la España dominante no tenía ningún sentido una división dentro de la Orden religiosa más importante e influyente, pues toda división era signo de debilidad y amenaza de cisma. En el ambiente se respiraba la necesidad de protegerse de los diversos, que eran considerados enemigos: protestantes, musulmanes u otras potencias. Corrían tiempos en los que la consigna era cerrar filas. El mismo Capítulo General de los Franciscanos Observantes celebrado en 1565 en Valladolid recordaba que, según una bula de Pío IV, no podían tener cargos dentro de la Orden los que descendieran de moros o judíos475.
Esta supresión es, pues, el fruto de la convergencia de los intereses de un Estado confesional que trataba de acrecentar por todos los medios el poder de la monarquía, incluso dentro del campo eclesiástico, y los intereses de la Regular Observancia Franciscana, que llevaba más de un siglo pretendiendo, y usando todos los medios a su alcance para lograr ser la única forma de presencia de la Orden en España. Los dos, Estado y Regular Observancia, creían imprescindible para su subsistencia el evitar todo cisma y división, que eran terribles amenazas. Nunca ha sido fácil mantener una dialéctica sana y creativa entre unidad y diversidad; y siempre aparece el peligro o del uniformismo o de la disgregación.
Algunos autores se empeñan en sostener que Felipe II era sincero en sus planteamientos religiosos y en sus planes de reforma. Independientemente de sus motivaciones, lo que sabemos es que no evitaron que tuviera que pagar el precio de considerar a la Religión como el sólido fundamento ideológico de sus Estados. Es decir, el poder político acabó manipulando lo religioso a favor de sus intereses. Para Felipe II y su Corte lo primero eran sus reinos y su subsistencia, y no “el Reino de Dios y su justicia”. Para los Franciscanos Observantes –al menos, para algunos de sus dirigentes- lo más importante era conseguir y afianzar una Orden “con authoridad y crédito”, sin divisiones ni voces discordantes. Tirso de Molina poetizó este asunto de forma clara, concisa e irónica:
“Ha, bien gobernada España!
donde la Observancia ha sido
la que echando a la Claustral
tiene en ella firme asiento”476.
Esta interrelación de los intereses del Estado y los de los diversos grupos internos de las Ordenes religiosas quedó también de manifiesto cuando en la década de los setenta fue cambiando la actitud de la Corte respecto de los Franciscanos Descalzos, que de verse en peligro de extinción consiguieron un espectacular florecimiento. García Oro piensa que este cambio se dio en función de dos factores: la misión asiática que se les confió y el auge de la descalcez carmelitana. Creemos que hay otros aspectos a considerar: el cambio del nuncio Nicilás Ormaneto por Felipe Sega –el primero era partidario de que las reformas las guiasen los superiores religiosos y el segundo pensaba en la eficacia de sostener a los grupos de descalzos-; Bernardo de Fresneda había sido retirado de la Corte y, por lo tanto, la Observancia había perdido a su más firme valedor a la hora de frenar y abortar lo que ellos consideraban disidencias477; en la Corte era otro grupo o elite de poder la que estaba ejerciendo su influencia. Había una estrecha relación entre los grupos de poder que actuaban en la Corte, los movimientos de los grupos que luchaban por subsistir o afianzarse dentro de las órdenes religiosas, y la política de la curia romana que tenía que conjugar sus labores pastorales (reforma) con los intereses de los Estados Pontificios en sus relaciones con el resto de los Estados.
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