Gonzalo fernández-gallardo jiménez


- EN EL MARCO DE LA POLÍTICA DE FELIPE II



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2.- EN EL MARCO DE LA POLÍTICA DE FELIPE II.

La supresión de los Franciscanos Conventuales fue una drástica actuación de la “reforma del rey”, en palabras del carmelita Steggink432. Que se pudiese llegar hasta el extremo de suprimir órdenes religiosas, se entiende mejor recordando que una decisión como ésta pertenece más a las “medidas para restaurar el orden en España, y para fortalecer sus defensas”433 que a un intento de acercar la vida religiosa al Evangelio. Interesaba más el orden, el control, la fidelidad al Estado, que la fidelidad a los diversos carismas religiosos. Así era en otros aspectos de la vida política del momento: “la diversidad de credos era mala, pero, desde el punto de vista del Estado, básicamente lo era porque fomentaba la rebelión”434 . “Más que la herejía, el problema era la rebelión”435. Parafraseando a Kamen, podemos decir: más que la reforma, el problema era la necesidad de tener órdenes religiosas con gran cohesión interna y sumisas y dóciles al Estado. Como en toda Europa, “las circunstancias históricas habían convertido a los reyes españoles en responsables de la Iglesia”436.

Si partimos de la base de que Felipe II estaba consolidando su Estado moderno –visión institucionalista de la época-, si aceptamos que la primera parte de su reinado ha pasado a la historia como ejemplo de autoritarismo, centralización y eficacia, la supresión de los Franciscanos Conventuales encaja perfectamente como una actuación coherente del Estado que se “esforzó en imponer un intransigente sistema de ideas y creencias a toda la sociedad”437. Desde la visión de los historiadores que centran su atención en el estudio de las elites de poder438, la reforma de las Órdenes es parte del proceso de implantación de una ideología religiosa que justificaba la actuación política y su implantación en la sociedad439; la reforma de las Órdenes era una de las medidas para afianzar la confesionalización del Estado, fenómeno que se dio en todos los reinos de la Europa de entonces440. En ella intervinieron los hombres más poderosos e influyentes del momento, secretarios de estado como Eraso y Zayas, los confesores regios Fresneda y Pacheco, el presidente del Consejo de Castilla Espinosa, y el mismo rey Felipe II en persona. Que se nombrase una Junta específicamente para este asunto muestra su calibre. Estos hombres actuaron como hombres de Estado guiados por criterios de eficacia, sin escrúpulos a la hora de socavar los derechos históricos y canónicos de las órdenes, es más, actuando abiertamente contra ellos. Los que pertenecían al estamento eclesiástico eran “más regalistas que el propio rey”441; usaban la Iglesia para medrar. Diego de Espinosa fue ordenado presbítero al llegar a la corte, con casi 50 años de edad; era “la única vía que existía para ascender a los puestos más altos de la administración”442. Para conseguir sus objetivos no dudaron en utilizar cualquier tipo de medios: “los soldados ocuparon y cerraron monasterios y conventos en toda España; se expulsó a frailes y monjas, se confiscaron propiedades”443.

La reforma de las Órdenes religiosas fue una cuestión de Estado444. Igual que la Corte intervenía directamente en el nombramiento de obispos, en las decisiones de los Concilios provinciales445, en la publicación de un catecismo446, en el control de los profesores y estudiantes universitarios, en cualquier nuevo grupo de piedad… intervino en la vida y “muerte” de los conventos de frailes y monjas. Todo lo relacionado con la religión era de capital importancia porque era un pilar básico del Estado que había que apuntalar constantemente interviniendo en el control de todas sus manifestaciones. Lo religioso era “materia política”447. Y, dentro del mundo de lo religioso, de modo especial lo relacionado con la vida religiosa, pues los religiosos y religiosas tenían una gran influencia en la vida política y religiosa de aquella sociedad448.

Teófanes Egido afirma que Felipe II estaba “tan preocupado por los problemas políticos como por la organización y ordenación de las iglesias de sus reinos, si es que por entonces, a finales del siglo XVI, se podían separar las dos dimensiones, que eran una sola, del gobierno del Estado y de la Iglesia”449. En ese contexto, estaba muy bien visto dedicarse a sanear las costumbres. El Rey se sentía el garante de la catolicidad de sus reinos y, a su vez, le era rentable políticamente cuidar la imagen de que se vivían los preceptos religiosos; comenzar la tarea reformadora por el clero secular y regular parecía lo lógico, y que los primeros en ser reformados fuesen los que cargaban con la fama de ser los peores –los conventuales, en general, y los Franciscanos Conventuales, en particular- también parecía lo más razonable. De todos modos, la reforma, como asunto de Estado, prosiguió durante todo el reinado y los mismos Franciscanos Observantes tuvieron que estar muy atentos a los planes que se cernían sobre ellos en diversos momentos posteriores, quedando entonces muy claro que la cuestión de fondo no era, básicamente, el cumplimiento de la Regla, sino los intereses de personas y grupos de dentro y de fuera de la misma Orden450.

Martínez Millán parece indicar que Diego de Espinosa fue el impulsor de lo ocurrido en 1567 en cuanto a la reforma de las Órdenes451. Se basa en que era el Presidente del Consejo de Castilla y participó en las reuniones que trabaron los despachos que ordenaban el modo de proceder en la supresión. Pero, dado que Fresneda y sus colaboradores (Pacheco) habían sido anteriormente los instigadores y sustentadores de este plan de la Corte, nos inclinamos a pensar que seguían siendo ellos los que estaban detrás de estos planes. El General de la Orden del Carmen también lo veía así.

Fresneda aparece como el que manejaba éste y otros muchos asuntos de la política del momento. Era un hombre que quiso ser el Cisneros de la época y, como aquél, controlar las órdenes religiosas y particularmente la Orden de San Francisco. No dudamos en atribuirle el protagonismo principal en esta supresión de los Franciscanos Conventuales. Así lo vieron en Roma, así lo refiere el analista irlandés Lucas Wadding452 y así lo mantienen historiadores actuales tanto de dentro de la Orden453 como de fuera454.

Josefina Bello cree que esta supresión, a diferencia de las desamortizaciones del siglo XIX, “no tuvo un componente económico sino netamente político”455. Efectivamente, no aparece el móvil económico a primera vista. Pero, uno de los efectos de la supresión de los Franciscanos Conventuales fue la inversión de muchos de sus bienes en la remodelación de conventos de clarisas y frailes: Franciscanos Observantes que estaban acomodando sus conventos a los usos y modas del momento. Hemos visto cómo en Betanzos planeaban obras importantes y el convento de San Francisco de Oviedo “se dota tras su reducción a la Observancia con un nuevo claustro ya con sus celdas” individuales456. En una sociedad sacralizada, “sin barreras entre lo natural y lo sobrenatural”457, estas obras eran una forma de reinvertir los bienes, de financiar los modelos religiosos que estaban en auge y vertebraban el entramado social.

Además, esta cuestión es importante, porque casi todas las divisiones dentro de la Orden franciscana se habían polarizado históricamente en torno a la pobreza458. Muchos de los reformados se distinguían por huir de los grandes conventos hacia lugares más sencillos. En este momento –el proceso había comenzado antes- el criterio fundamental de discernimiento ya no es si se es pobre o no, sino si se observan o no, con regularidad, las normas de la vida conventual: horarios, coro, liturgia, etc… En este momento es así porque la Observancia Franciscana es una Orden totalmente institucionalizada y ubicada en grandes conventos. La baza de la pobreza la juegan los Descalzos, que un siglo más tarde alcanzarán similares cotas de institucionalización. Podríamos decir que la castidad y la obediencia desplazaron a la pobreza como base teórica sobre la que gravitaba esta “reforma” de la vida religiosa.


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