La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Pregunta: ¿Qué nos podéis decir de esos padres que educan a sus hijos por medio de violentas palizas?

Ramatís: Los terrícolas todavía son espíritus primarios espe­cie de "hombres de las cavernas", pero de caras afeitadas y vistiendo hermosos ropajes, lo cual no los exceptúa de su tempe­ramento colérico, puesto que desconocen lo maravilloso que es raciocinar y emocionarse con elevado nivel espiritual.

En general, los padres que castigan impiadosamente a sus hijos, no se ajustan a ningún sistema educacional, puesto que se irritan y descontrolan cuando son desobedecidos o contrariados. Es de sentido común, que las personas primarias son pusilámines delante de los más fuertes físicamente o de los superiores jerár­quicos; pero son despóticas, intolerantes y vengativas contra los débiles o de menor capacidad mental. Es muy común observar en los cuarteles al sargento que tiembla delante del general irri­tado, para luego vengarse, descargando su cólera y resentimiento sobre los reclutas. De esa forma, ciertos espíritus primarios, como el padre que sufre humillaciones bajo la tiranía del patrón, o la esposa ofendida por el despotismo del marido, descargan su tensión y emociones resentidas en el subconsciente, a través de castigos impiadosos. Sin advertir que educar no es castigar, empuñan el cinto, vara o chicote y aflojan su tensión descontrolada sobre la piel de los débiles e indefensos.



Pregunta: ¿Estáis contra el castigo físico, que a veces nos parece necesario para corregir y disciplinar a los hijos demasiados rebeldes?

Ramatís: Castigo físico es sinónimo de violencia, venganza o impotencia educativa. El problema de los padres no es castigar, sino educar, amparar y orientar a los hijos. En última instancia deben conmoverlos y obtener de ellos concesiones disciplinarias a cambio de favores agradables Cuando los padres son amigos incondicionales de los hijos, éstos terminan comprendiendo que toda rebelión e indisciplina es un perjuicio y una ofensa ingrata contra su» amigos generosos. Pero, en general, los padres son personas portadoras de miles de pecadillos menores, como también de pasiones incontrolables, cuya forma de vida no pasa desaperci­bida para sus hijos. Procrear hijos es aceptar el deber de educarlos. Sin lugar a dudas que es cosa cansadora y requiere mucha habilidad por parte de los padres. Sin embargo, a pesar de la similitud de la configuración carnal y de los impulsos atávicos, los hijos pueden diferir totalmente de los padres, dado que son de diferente naturaleza espiritual. En verdad, el hijo es el hués­ped espiritual que viste el traje carnal cedido por la familia consanguínea, pero que necesita ser orientado como cualquier turista que pisa tierra extraña. No somos partidarios de los padres que favorecen a los hijitos'' graciosos'' aunque esos estados pueden muy bien ser la raíz de males mayores en el futuro. Es demasiada imprudencia por parte de los padres y abuelos el dejarse hipno­tizar por el aspecto atractivo y bullicioso de los pequeños, permitiéndoles hacer toda clase de daños y agresividades, porque son la fiel expresión de los rostros paternos. Después que el instinto animal domina a la criatura en forma incontrolable, la paliza, lo único que hace, es provocarles el "amor propio" herido, generando una rebeldía de mayores proporciones.

Muchos delincuentes jóvenes, rebeldes y desajustados en sus relaciones con el mundo, son el producto de la condescendencia de los padres que dejaron fructificarles los estigmas inferiores. Y cuando eso sucede, es muy triste el reencuentro en el Más Allá, entre aquellos que descuidaron los deberes paternos, como así también los hijos que no correspondieron con sus obligaciones filiales.



Pregunta: Aunque apreciamos vuestras consideraciones, te­nemos un poco de dificultad para tratar a nuestros hijos, como entidades espirituales, bastante diferente a su condición carnal y hereditaria. ¿Cuál es vuestra opinión?

Ramatís-. Los padres deben reconocer, sin evasivas, que los hijos por más atrayentes que sean, no dejan de ser espíritus que deben ajustarse a la Ley del Karma, pues son portadores del bagaje que sembraron otrora. Nos recuerda a las flores carní­voras, fascinantes, atractivas y olorosas, que más tarde devoran a los incautos insectos que se dejaron atrapar por su fascinación selvática. El niño debe ser reprendido al primer síntoma de hos­tilidad y despotismo y rebeldía que pueda llevarlo a imponer sus caprichos, como así también su tiranía instintiva. Quien aún no consiguió controlar su temperamento indócil y primitivo, heredado del instinto animal, debe someterse a un tratamiento disciplinado que lo eduque.

Es muy peligroso para los padres dejarse deslumbrar por el descendiente que encarnó en el hogar como una dádiva del cielo, por el hecho agradable de representar la configuración sanguínea de la familia. Jamás debe dejarse de aplicar el correc­tivo oportuno a ese "tesoro carnal", puesto que es necesario ayudarle en su espíritu y además, instruirle para que adquiera las cualidades de un hombre disciplinado, atento y pacífico. Le cabe a los padres investigar cuidadosamente todas las reacciones de cada hijo, a fin de criarlos y desenvolverles los principios espirituales.8 Existen hijos que, desde la primera vislumbre de' entendimiento, necesitan ser tratados enérgica y rápidamente, pues, de lo contrario, ganará terreno sobre la autoridad de los padres, convirtiéndose en jóvenes esclavos del instinto animal.

Sin duda alguna, hay hijos dóciles que aceptan fácilmente lo solicitado por los padres, son pequeños ciudadanos, corteses y educados, afectuosos y cordiales para vivir en paz. De ahí enton­ces la importancia del Espiritismo, que ilustra a los padres respecto a la trama de las reencarnaciones, en donde los hijos de hoy muy bien pueden haber sido los verdugos de otrora, pero habiendo renacido en la misma familia, se rehabilitarán espiritualmente a través del amor.

Los padres que castigan a los hijos jamás gozarán del amor, respeto y amistad que desean de sus descendientes. Hijos castiga­dos físicamente, son hijos resentidos y que jamás se sienten obligados a cualquier deferencia para con sus padres agresivos. Impedir no es maltratar, pero así como el jardinero elimina de las plantas los gajos inútiles, los padres deben extirpar de sus hijos cualquier excrescencia peligrosa y deformante que surge.

Hasta los siete años predomina en los niños el instinto animal, el cual modela la estructura del cuerpo físico, pero lucha incesan­temente para imponer su naturaleza salvaje sobre los principios superiores del espíritu encarnado. Quien no pudiera hacerse amigo incondicional de su hijo, aunque le impida la eclosión de los impulsos inferiores, tampoco le exija cualquier tipo de com­prensión en el futuro, pues únicamente el amor es lo que jamás se olvida. En la madurez, los hijos que fueron tratados afectuo­samente y con sinceridad, a pesar de los correctivos aplicados, se sienten orgullosos de no haber sido señalados como rebeldes y caprichosos. También es verdad que existen hijos que son inac­cesibles al amor, a la disciplina y a los consejos sanos, pero es indudable que serán más rebeldes y resentidos cuando se aleccio­nan bajo el rigor del castigo corporal.


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