El libro de la serenidad



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Pensamientos



El discípulo estaba desalentado por el descontrol de su propia mente. Le comentó al mentor:

-Maestro, se me ocurren tantos pensamientos, ¡tantos pensa­mientos!

Y el mentor repuso:

-Sí, no tengo la menor duda de ello, pero en cambio, necio de ti, no se te pasa por la cabeza preguntarte a quién se le ocurren esos pensamientos.


Comentario
Nos hacemos muchas preguntas, a veces quizá demasiadas. ¿Habrá otros planetas con vida? ¿Tendremos alma y sobrevivire­mos? ¿Habrá resurrección o reencarnación? ¿Podremos viajar al pa­sado o al futuro? ¿Descubriremos el origen de la vida? Preguntas sobre preguntas. Hay una historia. Un hombre aparentemente nunca hacía nada. Tenía, claro está, fama de vago en la localidad en la que vivía. Un día le preguntaron: «Bueno, amigo, siempre aquí sentado en un banco del parque, tú ¿qué haces?». El hombre res­pondió con mucha naturalidad: «Yo, amigos, me hago preguntas. No me queda tiempo para otra cosa». Claro, ¡hay tantas preguntas! Pero nadie se cuestiona quién se hace las preguntas. Si estamos en la senda del autoconocimiento, tenemos que empezar por interro­gamos: ¿quién quiere conocer a quién? En suma, ¿quién soy yo? Existe una técnica muy antigua de autoconocimiento y autorreali­zación que se denomina vichara. Quiere decir «autoindagación» o «autoaveriguación». Ponemos mucha energía en descubrir otras galaxias, el fondo de los mares o el origen de las especies, pero muy poca o ninguna en el autodescubrimiento.

¿Quién soy yo? No se trata de repetir mecánicamente este inte­rrogante, pues seguiríamos en el círculo vicioso de las preguntas. Se trata -y en eso consiste la técnica- del ardiente deseo de saber quién hay detrás del cuerpo, los pensamientos y las emociones. Es un mé­todo excelente para ir desvinculándonos un poco de nuestras vesti­mentas (ego, cuerpo, mente, personalidad) e ir captando supracons­cientemente nuestro ser o testigo inafectado. Es una vía importante para la conquista de la paz interior. Esta ardiente autoindagación, sintiéndonos en lo profundo, es un método eficiente para no dejar­se conducir por los pensamientos negativos y situarse en la fuente de los mismos, donde hay mayor sosiego y plenitud. Si sientes odio, en­vidia, rabia, pregúntate a quién se le ocurren estos pensamientos. Siempre te retrotraerás a la contestación «yo»; pero ¿quién soy yo? No, no se trata de buscar respuestas lógicas, intelectivas o concep­tuales, o ¿es que sólo somos un concepto o una idea? Averígualo. Si lo descubres, no se lo cuentes a los demás, porque cada uno tiene que descubrir su ser real y sentir la ansiada paz interior.

En la vía del autodescubrimiento cuenta la mirada interior. ¿Qué es? Los buscadores de lo que está más allá de las apariencias y el ego lo saben muy bien. Es la mirada de nosotros mismos, de nuestra interioridad. Hay una palabra poco conocida y menos uti­lizada: «talidad». Es lo que somos más allá de la burda máscara de la personalidad, representa nuestra esencia que, a diferencia de la personalidad, no es adquirida, sino genuina. En la personalidad no puede haber real sosiego ni plenitud; en la esencia o nuestra natu­raleza original puede abrirse un prometedor canal hacia la sereni­dad más plena. Mirarse no es analizarse o justificarse o recriminar­se, sino tratar de verse como uno es y no como uno querría ser o los demás nos fuerzan a ser. Mirarse interiormente es dialogar con nuestro yo real, pero sin palabras ni conceptos. Hay personas que tanto miran hacia fuera y hacia «mañana» que, por un lado, nunca se ven y, por otro, comprueban que el «mañana» jamás llega.


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