El libro de la serenidad



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Está bien, está bien



El discípulo no entendía a su maestro. ¿Por qué cada vez que te­nía una contrariedad o le sobrevenía una situación adversa el men­tor le decía «está bien, está bien»? Llegó a preguntarse si es que al maestro jamás le sucedía nada desagradable o si era tan afortuna­do que nunca tenía adversidades o vicisitudes que enfrentar. Intri­gado, le preguntó al mentor:

-Pero ¿nunca te acontecen situaciones que no puedes resolver? No entiendo por qué siempre dices «está bien, está bien» cuando se te pone al corriente de alguna contrariedad o vicisitud.

El maestro sonrió y dijo:

-Sí, todo está bien, todo está bien.

-Pero ¿por qué? -preguntó escéptico e incluso un poco irritado el discípulo.

Y el maestro explicó:

-Porque cuando no puedo solucionar una situación en el exte­rior, la resuelvo en mi mente cambiando de actitud. Ningún ser hu­mano puede controlar todas las circunstancias o situaciones exter­nas, pero sí puede aprender a controlar su actitud ante las mismas. Por eso, para mí, todo está bien, todo está bien.
Comentario
Hay una saludable disciplina para la mente. Yo la llamo «yoga», pero se la puede llamar como se quiera. Es un método para esclare­cer los enfoques y empezar a ver las cosas como son y tener la ca­pacidad de transformadas dentro de nosotros. Lo que para unos es una tragedia, para otros es un problema de escasa importancia. No es ni mucho menos insensibilidad sino comprensión y madurez. Todo fluye y nada permanece. Los budistas denominan esta carac­terística de la existencia como «transitoriedad», «impermanencia» o «inestabilidad». Si queremos detener el río, estamos perdidos; si queremos empujado, también. El río de la vida sigue su curso. Los acontecimientos se suceden. A veces, hasta cierto punto, controla­mos (o al menos lo parece) las circunstancias, pero otras muchas nos controlan. ¿Conoces la historia del mosquito sobre el elefante? El mosquito piensa en ir hacia la derecha y en ese momento el ele­fante gira casualmente a la derecha y el animalillo piensa: «Soy fa­buloso. ¡Cómo domino al elefante!». Unos segundos después el ele­fante estornuda, y ya imaginas lo que sucede con el mosquito. Pues la vida tiene vicisitudes y las circunstancias muchas veces nos con­trolan. Se abre el abismo. Resulta que todo parecía estar muy bien y de repente todo se desbarata. El abismo de lo imprevisto, lo ines­crutable, el lado desconocido e incontrolable de la vida.

Todo parece discurrir con mucha fortuna. Llega el infortunio, del mismo modo que una estación sigue a la otra, y el ocaso al ama­necer. El que comprende, permanece tranquilo. El que no com­prende, se alarma, se desgarra, añade sufrimiento al sufrimiento, se lamenta y llora. No puede controlar las circunstancias. ¿Qué pue­de hacer? Puede cambiar su punto de vista ante las mismas, su en­foque o actitud. No puede resolver nada fuera, pero sí puede hallar una solución dentro de sí mismo. Pero incluso la adversidad pue­de instrumentalizarse para el autodesarrollo. Si uno sabe no añadir sufrimiento al sufrimiento, todo puede ser para bien. Espera, sé pa­ciente, no te debatas contra las circunstancias inevitables. Ahorra tu fuerza. No desperdicies tus energías enfrentándote al muro y golpeándote contra él. Fuera de ti está el muro, pero no dentro de ti. Si esperas, también el muro exterior desaparecerá.

A veces nos toma la nube del desaliento, porque somos huma­nos. Hay una meditación muy humana: la del llanto. Llorar cons­cientemente. El desaliento tampoco es permanente, se irá. No siempre hay soluciones en el exterior; la demanda excesiva de se­guridad es una neurosis, porque reclamamos lo que no es posible y, como dijera Tennyson, «la única seguridad yace sobre la insegu­ridad». No es fácil convivir con ésta, sentirse amenazado por el cambio, aprender a mantener el punto de quietud cuando llegan los «tornadas» existenciales. Apela a tu actitud y mantén la mente atenta y serena. Piensa: «Esto pasa». Estate tranquilo. ¿De qué sir­ve tensarse si no es para impedir que aflore la energía? Incluso tal vez logres un día dar un paso más allá y decir: «Está bien, está bien».

Conocí a un maestro que decía: «Ni en el gusto ni en el disgus­to estoy yo». Quizá por eso parecía una gacela, sutil, elegante en sus movimientos, fluido y sin crispación. Carecía de un ego que es­tuviera en el gusto o en el disgusto. No se puede dividir la vida en dos, placer y dolor, y quedarse sólo con el placer. Le dijeron en una ocasión a Buda: «Pero, señor, hablas mucho del sufrimiento». Re­puso: «No es que no haya placer, queridos míos, pero también existe el dolor. Enseño la causa de éste y el modo de superarlo». Hay un antiguo adagio que nos instruye así: «El problema co­mienza cuando empezamos a hacer distinción entre el placer y el dolor». Placer, a un lado; sufrimiento, a otro; como el péndulo que oscila entre ambos lados, si desarrollamos la conciencia y la ecua­nimidad, podemos situamos mentalmente en la parte alta del pén­dulo y ver los extremos manteniendo una actitud de quietud y equilibrio.




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