El libro de la serenidad



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Espíritus pacíficos



Eran dos eremitas que llevaban años entrenándose en la quietud de la mente y la generosidad del corazón. Vivían juntos en la cima de una montaña desde hacía tiempo y jamás habían discutido. Un día, uno de ellos, divertido, le dijo al otro:

-¿Por qué no discutimos un poco ya que nunca lo hemos he­cho? Al parecer todo el mundo lo hace.

-Si te empeñas en ello -dijo el compañero-. Sí, tienes razón, nunca hemos discutido ni regañado por nada.

-Pues ahora yo coloco esta escudilla entre nosotros y digo que es mía, y tú afirmas que es tuya y empezamos a discutir, ¿te parece?

-De acuerdo.

Entonces el eremita que había tenido esta idea dijo:

-Esta escudilla es mía.

El compañero replicó:

-No, es mía.

Y el otro dijo:

-Sí, es tuya.
Comentario
Es muy importante analizar la naturaleza del conflicto, porque éste es una traba en la evolución hacia la paz interior. ¿Dónde co­mienza el conflicto? En la mente. ¿Qué es el conflicto? Una lucha de tendencias, oposición, rechazo y, finalmente, desgarramiento. Las personas muy conflictivas viven desgarradas, siempre tensas, irritadas y nerviosas. Buda decía: «Los demás discuten conmigo, pero yo no discuto con ellos». Hay una sabiduría que podríamos denominar el «yudo psicológico». En el arte marcial del yudo se aprende a utilizar la fuerza del contrario para reducido, mediante la habilidad para esquivar y no convertirse en diana del oponente. Es también una esgrima psicológica. No oponer inútil resistencia, no crear ambivalencias neuróticas y destructivas, no agonizar en las propias contradicciones.

Hay en todos nosotros conflictos muy básicos y a menudo in­conscientes. Entonces es como un engranaje que al no encajar ge­nera mucha fricción y agitación. Unas personas crean continuo conflicto consigo mismas porque muchas cosas en ellas les resul­tan desagradables y no se sienten a la altura de su Yo idealizado; otras crean conflicto con los demás y provocan todo tipo de anti­patías, rechazos y aversiones; otras producen conflictos en cual­quier tipo de relación, en el trabajo o en la situación más diversa. La mente es así. Engendra y destila aversión y rechazo con suma facilidad. El ego siempre está por medio, se opone, trata de supe­rar y vencer al otro ego. La autoimportancia y el narcisismo son fuentes de conflicto, porque siempre nos hacen ver que alguien no nos considera como merecemos o nos censura o desaprueba. La mente se enreda en el conflicto con suma facilidad y genera desa­sosiego propio y ajeno. La guerra de los egos. El conflicto es una insana actitud de la mente y conduce a un rechazo sistemático de todo, con lo que se deja de apreciar el lado amable de las cosas, las situaciones y las personas.

Del conflicto surgen la ácida polémica, el afán de dominio, la so­berbia y la discusión violenta. Hay mentes básicamente conflicti­vas, que hacen personalidades muy conflictivas y difíciles de tratar. Como la mente crea mucha aversión, todo se torna doloroso. Siem­pre hay un factor para provocar la aversión, incluso cosas nimias como una gotera, una mirada desagradable de otra persona o cual­quier pequeño e insignificante obstáculo. Conviene ejercitarse para sanear la mente y cambiar sus enfoques conflictivos. Un maestro le dijo a su discípulo: «Te doy una técnica especial para superar tus conflictos. Ejercítate en desear lo que rechazas». Cambia el enfo­que, el punto de vista.

Otro ejemplo singular es el de un asiduo meditador. De repen­te, al lado de su casa abrieron un local de diversión y los jóvenes no dejaban de vociferar. Se ponía a hacer meditación, escuchaba los gritos y desarrollaba mucha aversión y conflicto con respecto a los muchachos. Tal vez llegó a pensar, no lo sé (pero a cualquiera hubiera podido ocurrírsele), que ojalá se los llevaran a todos ellos a un campo de concentración y le dejaran tranquilo. Pero el que medita quiere ser cada día más amoroso. Así que había que cam­biar el enfoque y superar el conflicto. Lo hizo, porque mi amigo es un hombre sensible e inteligente. Estaba meditando. Escuchaba el griterío de los jóvenes y pensaba: «¡Qué a gusto estamos todos! Yo aquí plácidamente meditando y ellos ahí divirtiéndose de lo lin­do». Modificó el enfoque y se liberó del conflicto. Espero que si un día se cierra o cambia la sede de ese local de diversión, mi amigo no lo eche de menos. Sería otro conflicto que resolver.




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