El libro de la serenidad



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El muro
Un hombre se puso en marcha, en busca de un delicioso lago en el que sumergir su fatigado cuerpo y saciar su sed. Pero he aquí que en la senda que hacia el anhelado lago dirigía, se interponía un muro, a muy escasa distancia de las apetecibles aguas. Entonces el hombre, sin desanimarse y aunque el muro era muy alto, comen­zó a quitar, día tras día, ladrillos y a arrojados por encima del mis­mo. Los ladrillos caían en las aguas del lago. Por esta razón, las aguas, desde detrás del muro, preguntaron:

-Desconocido, ¿qué placer puedes encontrar en estar arroján­donos ladrillos?

-¡Oh, amigas aguas! -exclamó el hombre-. Os diré que el pla­cer es doble, aunque el esfuerzo esté siendo enorme. Es el placer, por un lado, de escuchar el rumor maravilloso del agua cada vez que un ladrillo se precipita sobre vosotras y, por otro, el saber que a cada ladrillo que os arrojo me queda menos tiempo para poder sumergirme en vuestro seno.
Comentario
El esfuerzo se activa en cuanto la motivación es intensa. A cada paso la libertad interior está más cerca. Van sobreviniendo destellos de claridad y sosiego, percepciones de orden superior que nos en­riquecen, comprensiones profundas que son como un primoroso bálsamo para el espíritu. Larga es la senda de la autorrealización... y tortuosa. Pero en la senda hacia el sosiego inefable, la mente va purificándose. Se libera de apego, odio, ofuscación, dependencias y servidumbres; gana desasimiento, compasión, claridad y emanci­pación. Poco a poco la mente se torna más libre y aprende a no de­pender tanto de los objetos del exterior o de los propios conteni­dos mentales; se va liberando del aferramiento y de la aversión y va superando muchas dependencias de todo tipo. Surge una clase de satisfacción y de alegría que no depende tanto de las circunstancias o eventos externos, sino que encuentra su fuente en la propia inte­rioridad y en el sentimiento de fecunda integración.

Los factores de liberación mental van acudiendo en auxilio del buscador, factores como la ecuanimidad, la energía, el contento in­terno o gozo, la claridad y otros, Lo agradable no va despertando tanto deseo y servidumbre; lo desagradable no suscita tanta aver­sión y sufrimiento. El ego comienza a no sobredimensionarse y ocupa su justa posición, con lo que cede el sentido personalista del «hacedor» y el afán de posesividad, la arrogancia y la codicia. Se va despertando la aletargada dicha enraizada en uno mismo y la vida se enfoca de otra manera (no sólo como una frenética carrera hacia fuera, en busca de fama, prestigio, consideración o progreso exter­no). Al haber menos deseos compulsivos y aversiones, la agitación mental comienza a ceder. Los obstáculos en el camino se van sal­vando, aunque aparecen aparentes retrocesos. La paciencia es una buena consejera. Son muy alentadoras e inspiradoras unas palabras de Buda: «He aquí la suprema sabiduría y la más noble: conocer la aniquilación de todo el sufrimiento. He aquí la suprema paz, y la más noble: el apaciguamiento del apego, del odio y de la ofusca­ción».





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