Xlll
Siempre es pasible, por supuesto, que cometamos errores en nuestra
eslimaxión relativa de dos teorías; ki estimación a menudo será dis-
(utible. Es difícil dar exagerada importancia a este punto. Pero taml)
ién es importante (pie sea estable, en printipio, y en tanto no liaya
«ambios lexolucíoiiarios en nuestro conocimienio básico, )a apreciat i(')n
ielaii\:i de nnesiias dos teorías /, y t.¿. En paiiiuiiar, no es necesario
(pie reluteinos la mejor de las dos teorías. Foi eíemplo. la diiKnnica
d( N^euion, auncjue podemos considerarla refutada, ha mantenido su
superioridad sobre las teorías de Kepler y de Galileo. La razón de ello
es que su contenido, o {x)der explicativo, es mayor. La teoría de Newton
continúa explicando más hechos que las otras, con mayor precisic'm,
y unificando los problemas anteriormente inconexos de la mecánica
celeste y la mecánica terrestre. La razón de la estabilidad de apreciaciones
relativas como ésta es muy simple: la relación lógica de las
dos teorías es de tal carácter que, ante todo, subsisten con respecto a
ellas los experimentos cruciales, los cuales —cuando se los realiza—
están en contra de los predecesores de Newton; y en segundo término,
las ulteriores refutaciones a la teoría de Newton no dan apoyo a las
teorías más viejas: o bien no las afectan, o bien (como en el caso del
desplazamiento del perihelio de Mercurio) puede decirse que también
refutan a las predecesoras.
Tengo la esperanza de haber explicado la idea del mejor acuerdo
con los hechos, o de los grados de verosimilitud, de manera suficientemente
clara para los fines de este breve examen.
XIV
Quizás sea conveniente hacer aquí una breve observación acerca de
la temprana historia de la confusión entre verosimilitud y probabilidad.
Como hemos visto, progreso en la ciencia significa progreso hacia
teorías más interesantes, menos triviales y, por lo tanto, menos "probables"
(donde la palabra "probables" tiene cualquier sentido —ccmio
falta de contenido o frecuencia estadística— que satisfaga al cálculo
de probabilidades), y esto significa, por lo general, progreso hacia
teorías menos familiares y menos confortables o plausibles. Sin embargo,
por lo común se confunde, intuitivamente, la idea de mayor verosimilitud,
o de mejor aproximación a la verdad, con la idea totalmente
diferente de probabilidad (en sus diversos sentidos de "más probable
que lo contrario", "con mayor frecuencia que lo contrario", "parece
288
probable ciue sea cierto", "parece plausible", "suena convincente", etc.).
Esta confusión es muy antigua. Sólo hemos de recordar alguna de las
otras palabras cpie se asemejan a "probable", como "verosímir' ("eo¿kotox",
"eikolos", "eikos", etc., en !i,ricgo, "verLsimili.s" en latín; "luahrs^
cheinlich" en alemán) para poder detectar alguno de los rasgos, y quizás
de las fuentes, de esta confusión.
Al menos dos de los primeros presocr:iticos usafian "eoikotn" en el
sentido de "semejante a la verdad" o "parecido a la verdad". Leemos
así, en Jenófanes (I)K, li 35): "sean tenidas oslas cosas como semejantes
a la verdad".
Es obvio <]ue aquí se habla de verosinúlitiitl o semejanza con la ver
dad, y no de la probabilidad o grado de certeza incompleta (de otro
modo las [>alabras "sean tenidas", "considérese" o "sujjúngase" serían
reduttdantes, y Jem'ifancs habría escrito algo parecido a "Digamos que
estas cosas son probables").
l'arménides, utilizando la misma palabra "eoihola" escribió (DK,
li 8, 60): '•'
"Te liablaré alii>ra de esle mundo dispuesto para |)are(er totalmente semejante
a la v<:rdad..."
Ya casi en la misma generación o en la inmediatamente posterior,
Epicarmo, en una crítica de Jenófanes, parece haber usado la palabra
"eikolos" en el sentido de "plausjy)le" o parecido (DK, 21 A 15); aunque
no puede excluirse la posibilidad de que la lnd)iera usado en el
sentido de "semejante a la verdad", y que fuera Aristóteles (la fuente
es Mel. 1010 a4) (piien la leyera en la acepción de "plausible" o "probalile".
Un:is tres generaciones después, sin embargo, "eikos" se usa
de foiina muy poco and)igu:i en el sentido de "factible" o "probable"
(o quizás incluso en el de "rnás frecuente (]iie infrecueiue") por el
sofista Antifón, (pie escribió (DK, B 60): "Si uno inicia una cosa bien,
es probable <(ue acabe bien".
Todo esto sugiere que la confusión entre verosimilitud y probabilidad
se remonta casi a los comienzos de la filosofía occidental, lo cual
es comprensible si consideramos que Jenófanes destacaba la falibilidad
de nuestro conocimiento, al que describía como conjetura incierta y,
en el mejor de los casos, ".semejante a la verdad". Al parecer, esta
expresión se presta a malas interpretaciones, tales como "incierto y, en
'•' Kn este fragmento "cuikota" se ha traducido muy frecuentemente como "prol)
al)le" o "plausible'". Por ejemplo, ,\V. Kran/, Cn niels-Kranz. Fragmente der Vor
sokrnliker, 6." ed., lo traduce tomo "wahrscheinlii:h-eÍ7Üeu<:htcnd", es detir, "probable
y plausible"; él ituerpreta el pasaje de líi forma siguiente: "esta disposición
del cosmos (u onlcnación del cosmos) te la narraré en todas sus partes como algo
probable y plausible". Al traducir "(totalmente) .'íemejanle a \crdad" o "(totalmente)
semejante a la verdad", me encuentro algo influido por la línea de Jenófanes antefanes
anteriormente citada (DK, B 35), y también por el Parménides de K. Reinhardt,
página 5 y sigs., donde se hace referencia a Wilaríiowitz. Véase también la sección VII
de la Introducción al presente libro; la cita de Osiandcr en la sección I del capílido
3; la sección XII del cap. .5, y el Apéndice <>.
289
el mejor de los casos, con algún grado preciso de certeza", esto es,
"probable".
El mismo Jenófanes parece haber distinguido claramente entre grados
de certeza y grados de semejanza a la verdad. Esto surge de otro
fragmento (citado antes del final del capítulo 5, pág. 178) en el cual
dice que, aunque si por azar diéramos con la verdad final y la expresáramos
(esto es, pcÑdríamos agregar, con la perfecta semejanza a la
verdad), no nos daríamos cuenta de ello. Así, la mayor incertidumbre
es compatible con la mayor semejanza a la verdad.
Sugiero que volvamos a Jenófanes y reintroduzcamos una clara distinción
entre verosimilitud y probabilidad (usando este último término
en el sentido establecido por el cálculo de probabilidades).
La distinción entre esas dos ideas es sumamente importante porque
se las ha llegado a confundir; porque ambas están estrechamente relacionadas
con la idea de verdad y ambas introducen la idea de un
acercamiento por grados a la verdad. La probabilidad lógica (no
analizamos aquí la probabilidad física) representa la idea de acercamiento
a la certeza lógica o verdad tautológica, a través de una disminución
gradual del contenido informativo. La verosimilitud, en cambio,
representa la idea de acercamiento a la verdad amplia. Así, combina
la verdad y el contenido, mientras que la probabilidad combina
la verdad con la falta de contenido. *"
La impresión de que es absurdo negar que la ciencia tiende a la
probabilidad surge, según sugiero, de una "intuición" extraviada, de
la confusión intuitiva entre las dos nociones de verosimilitud y probabilidad,
que son muy diferentes, como ahora sabemos.
4. El, CONOCIMIENTO BÁSICO Y EL DESARROLLO CIENTÍFICO
XV
Las personas entregadas a una discusión crítica, fructífera de un
problema, a menudo se basan, aunque sea inconscientemente, en dos
cosas: en la aceptación por todos del objetivo común de alcanzar la
verdad o al menos de acercarse más a la verdad, y en una considerable
cantidad de conocimiento básico común. Esto no significa que una
u otra de esas dos cosas sea una base indispensable de toda discusión
o que esas dos cosas sean "a priori" y no puedan ser discutidas críticamente
a su vez. Sólo significa que la crítica nunca parte de la nada,
aunque en el curso del debate crítico pueda ponerse en tela de juicio
cada uno de sus puntos de partida, uno tras otro.
Pero aunque sea posible poner en tela dé juicio cada una d¿ nuestras
suposiciones, en modo alguno es factible ponerlas todas, al mismo
2" Digamos de paso que esto es válido tanto para la probabilidad absoluta, p (a),
(orao para la probabilidad relativa, p(a, b); y hay un concepto absoluto'y un concepto
relativo de verosimilitud correspondientes.
290
tiempo, en tela de juicio. Así, toda crítica debe ser fragmentaria (en
contra de la idea holística de Duhem y Quine); lo cual sólo es otra
manera de decir que la máxima fundamental de toda discusión
crítica es que debemos atenernos a nuestro problema y que debemos
subdividirlo, si es factible, y tratar de resolver no más de un problema
por vez, aunque siempre podamos —por supuesto— pasar a un problema
subsidiario o reemplazar nuestro problema por otro mejor.
Al disculir un problema siempre aceptamos (aunque sea lemporaliamente)
como carentes de problemas a cosas ile todo tipo: constituyen,
por el momento y para la discusión de ese problema particulai,
lo que yo llamo nuestro cnnocimienio básico. Potas panes de este conocimiento
básico se nos aparecerán en todos lois contextos como absolutamente
carentes de problemas y cualquier parte de él puede ser puesio
en duda en cualquier momento, especialmente si sospechamos que su
aceptación acrítica puede ser la responsable tie algunas de nuestras
dificultades. Pero casi la totalidad del vasto conocimiento básico que
usamos constantemente en cualquier discusión informal permanecerá,
por razones prácticas, necesariamente indiscutido. El equivocado intento
de discutirlo en su totalidad —es decir, de comenzar desde cero— puede
conducir fácilmente al fracaso del debate crítico. (Si tuviéramos que
comenzar la carrera allí donde la comenzó Adán, no veo razón alguna
por la cual debamos nosotros llegar más lejos que éste.)
XVI
El hecho de que, por lo general, en cualquier momento dado demos
por supuesta una gran parte de nuestro conocimiento tradicional (pues
casi todo nuestro conocimiento es tradicional) no plantea ninguna
dificultad para el refutacionista o falíbilista. Pues él no acepta este
conocimiento básico; no lo acepta como establecido ni como bastante
seguro, ni siquiera como probable. Sabe que hasta su aceptación tentativa
es riesgosa, y destaca que cada porción de él está abierta a la
crítica, aunque sólo sea de una manera fragmentaria. Nunca podemos
estar seguros de que ponemos en duda la parte que lo merece; pero
puesto que no buscamos la certeza, esto no importa. Cabe observar
que esta observación contiene mi respuesta a la concepción holística
que tiene Quine de los tests empíricos; concepción qvie Quine formula
(con referencia a Duhem) al afirmar que nuestros enunciados acerca
del mundo externo se enfrentan con el tribunal de la experiencia
sensorial no individualmente, sino como cuerpo colegiado. ^^ Ahora
bien, debe admitirse que a menudo sólo testamos una fracción grande
de un sistema teórico, y a veces quizás sólo el sistema total, y que en
tales casos, establecer cuáles de sus ingredientes deben ser considerados
21 Véase W. V. Quine, From a Logical Point of View, 1953, pág, 41 [Desde un
punto de vista lógico, Barcelona, Ariel, 1962].
291
como responsables de una refutación es materia de pura adivinación.
Se trata de un punto que he tratado de destacar, también ton refe
rancia a Duhem, durante mucho tiempo. ^^ Aunque este argumento
puede con%'ertir a un verificacionista en un escéptico, no afecta a quienes
sostienen que todas nuestras teorías son, de algún modo, adivi
naciones.
Lo anterior muestra que la concepción holística de los tests, aunque
fuera verdadera, no plantearía una dificultad seria para el falibilista
y refutacionista. Por otro lado, debe decirse que el argumento holística
va demasiado lejos. Es posible, en muy pocos casos, establecer cuál hipótesis
es la responsable de la refutación: en otras palabras, cuál parte,
o grupo de hipótesis, era necesaria para derivar líi predicción refutada.
El hecho de que sea posible descubrir tales dependencias lógicas se
halla establecido por la práctica de las pruebas de independencia de
los sistemas axiomatizados; pruebas que muestran que ciertos axiomas
de un sistema axiomático no pueden ser derivados de los restantes.
La más simpld de estas pruebas consiste en la construcción o, más bien,
en el descubrimiento de un modelo, es decir, un conjunto de objetos,
relaciones, operaciones o funciones que satisfacen todos los axiomas
excepto uno, aquel cuya independencia se quiere demostrar: para este
único axioma —por lo tanto, para la teoría en conjunto— el modelo
constituye un contraejemplo.
Ahora bien, supongamos que tenemos un sistema teórico axiomatizado,
por ejemplo, de la física, el cual nos permite predecir que no
sucederán ciertas cosas, y que descubrimos un contraejemplo. No hay
ninguna razón por la cual no sea posible hallar que este contraejemplo
satisface a la mayoría de nuestros axiomas o quizás a todos excepto
uno, cuya independencia quedaría así demostrada. Esto muestra que
el dogma holístico del carácter "global" de todos los tests o contraejemplos
es insostenible, y explica por qué —aun sin axiomatizar nuestra
teoría física— podemos vislumbrar qué es lo que anda mal en nuestro
sistema.
Dicho sea de paso, lo anterior habla en favor de operar, en la física,
con sistemas teóricos muy analizados, es decir, con sistemas que, aunque
funden todas las hipótesis en una sola nos permitan separar diversos
grupos de hipótesis, cada una de las cuales pueda llegar a ser objeto
de refutación por contraejemplo. (Un notable ejemplo reciente de
esto es el rechazo, en la teoría atómica, de la ley de paridad; otro
ejemplo es el rechazo de la ley conmutativa para variables conjugadas,
anterior a su interpretación como matrices y a la interpretación estadística
de estas matrices.)
22 Véase L. Se. D., especialmente secciones 19 a 22, y este volumen, cap. 3, texto
correspondiente a la nota 28.
292
XVH
Un hecho que es característico de la situación en la cual se encuentra
el científica es el de que constantemente aumentamos nuestro conocimiento
básico. Si descartamos algunas partes de él, quedarán otras
estrechamente relacionadas con las primeras. Por ejemplo, aunque
podamos considerar refutada la teoría de Newton —vale decir, su sistema
de ideas y el sistema deductivo formal que deriva de ella—, aun
podemos suponer, como parte de nuestro conocimiento básico, la verdad
aproximada, dentro de ciertos límites, de sus fórmulas cuantitativas.
La existencia de este conocimiento básico desempeña un papel importante
en uno de los argumentos que dan apoyo (según creo) a mi
tesis de que el carácter racional y empírico de la ciencia desaparecería
si ésta dejara de progresar. Sólo esbozaré este argumento en sus líneas
más fundamentales.
Un test empírico serio consiste siempre en el intento de hallar una
refutación, un contraejeraplo. En la búsqueda de un contraejemplo,
tenemos que usar nuestro conocimiento básico, pues siempre tratamos
de refutar primero las predicciones más riesgosas, las "consecuencias...
más improbables" (como ya vio Peirce^^); lo cual significa que siempre
buscamos en los lugares más probables los contraejemplos más
probables, más probables en el sentido que debemos esperar hallarlos
a la luz de nuestro conocimiento básico. Ahora bien, si una teoría
resiste muchos tests semejantes, entonces, debido a la incorporación de
los resultados de nuestros tests a nuestro conocimiento básico, después
de un tiempo quizás no haya lugares en los cuales (a la luz de nuestro
nuevo conocimiento básico) pueda esperarse, con una probabilidad
elevada, que aparezcan contraejemplos. Pero esto significa que disminuye
el grado de severidad de nuestro test. Esta es también la razón
por la cual un test repetido a menudo ya no será considerado significativo
o severo: hay algo así como una ley de las utilidades decrecientes
de los tests repetidos (a diferencia de los tests que, a la luz
de nuestro conocimiento básico, son de un nuevo tipo y, por consiguiente,
aún pueden ser considerados significativos). Estos son hechos
inherentes a la situación del conocimiento, y a menudo han sido
considerados difíciles de explicar —especialmente por John Maynard
Keynes y por Ernest Nagel— por una teoría inductiva de la ciencia.
Pero para nosotros todo esto es muy fácil. Hasta podemos explicar,
mediante un análisis similar de la situación del conocimiento, por qué
el carácter empírico de una teoría muy exitosa siempre se añeja después
de un tiempo. Podemos tener la sensación entonces (como la
tuvo Poincaré con respecto a la teoría de Newton) de que la teoría
^••' Véase Collected Papers of C S. Peirce, vol. VII, 7.182 y 7.206. Debo esta referencia
a W. B. Gallic (cf. Philosophy, 35, I960, pág. 67), y una similar a David
Rynin.
293
no es nada más que un conjunto de definiciones o convenciones implícitas,
hasta que progresamos nuevamente y, al refutarla, restablecemos
de paso su carácter empírico perdido. (De mortuis nil nisi bene:
una vez que una teoría está refutada, su carácter empírico queda
asegurado y brilla sin mancha.)
5. IRES REQUISITOS PARA EL DESARROLLO DEL CONOCIMIENTO
XVUI
Pero volvamos a la idea de acercamiento progresivo a la verdad, a la
búsqueda de teorías que concuerden mejor con los hechos (según indica
lista de seis comparaciones de la sección x) .
¿Cuál es la situación general en lo que respecta a los problemas en
los cuales se encuentra el científico? Tiene ante él un problema científico:
qxiíere hallar una nueva teoría capaz de explicar ciertos hechos
experimentales, algunos de los cuales eran explicados exitosamente por
las teorías anteriores, otros no explicados por ellas y otros que las
reiutaron. La nueva teoría también debe resolver, si es posible, algunas
dificultades teóricas (como la manera de eludir ciertas hipótesis aé hoc
o la manera de unificar dos teorías). Ahora bien, si logra elaborar
una teoría que sea una solución de todos esos problemas, su realización
será (le gran importancia.
Pero eso no es suficiente. Se me ha preguntado: "¿Qué más quiere
usted?" Mi respuesta es: quiero muchas más cosas; o más bien, quiero
lo que pienso que requiere la lógica de la situación general concerniente
a los problemas en los que se encuentra el científico, así como
la tarea de acercarse más a la verdad. Me limitaré a la discusión de
tres requisitos semejantes.
El primero es el siguiente. La nueva teoría debe partir de una idea
simple, nueva, poderosa y unificadora acerca de alguna conexión o
relación (como la atracción gravitacional) entre cosas (como planetas
y manzanas) o hechos (como masa inercial y masa gravitacional) o
nuevas "tntidades teóricas" (como campos y partículas) hasta ahora
inconexos. Este requisito de simplicidad es un poco vago y parece
difícil de formular muy claramente. Parece estar íntimamente vinculado
con la idea de que nuestras teorías deben describir las propiedades
estructurales del mundo, idea que es difícil de elaborar plenamente
sin caer en im regreso infinito. (Esto es así porque toda idea acerca
de una particular estructura del mundo —a menos que pensemos en
una estructura puramente matemática— ya presupone una teoría universal;
por ejemplo, explicar las leyes de la química interpretando las
moléculas como estructuras de átomos o de partículas subatómicas presupone
la idea de leyes universales que regulan las propiedades y la
conílucta de los átomos o de las partículas.) Sin embargo, es posible
analizar lógicamente un elemento importante de la idea de simpli-
294
cidad. Es la idea de testabilidad. ^* Ésta nos conduce inmediatamente
a nuestro segundo requisito.
Pues, en segundo término, requerimos que la nueva teoría sea ÍM
table independientemente. ^^ Es decir, además de explicar todos los
explicanda que la nueva teoría debe explicar, debe tener también
nuevas consecuencias testables (preferiblemente, consecuencias de un
nuevo tipo); debe conducir a la predicción de fenómenos hasta ahora
no observados.
Este requisito me parece indispensable porque sin él nuestra nueva
teoría sería ad hoc; pues siempre *es posible elaborar una teoría que
se adapte a cualquier conjunto dado de explicanda. Así, nuestros dos
primeros requisitos son necesarios para restringir el ámbito de nuestra
elección entre las soluciones posibles (muchas de ellas carentes de interés)
del problema en cuestión.
Si se satisface nuestro segundo requisito, entonces la nueva tecnia
representará un potencial paso adelante, sea cual fuere el resultado de
los nuevos tests! Pues será mejor testable que la teoría anterior: basta
para asegurar esto el hecho de que explique todos los explicanda de
la teoría anterior y que, además, dé origen a nuevos tests.
Además, el segundo requisito también asegura que nuestra nueva
teoría, en cierta medida, será fructífera como instrumento de expío
ración. Vale decir, nos sugerirá nuevos experimentos, y aun cuando
éstos conduzcan inmediatamente a la refutación de la teoría, nuestro
conocimiento fáctico habrá aumentado con los resultados inesperados
de los nuevos experimentos. Además, nos enfrentará con nuevos problemas
que deberán ser resueltos mediante nuevas teorías explicativas
Pero creo que debe haber, además, un| tercer requisito para una nueva
teoría. Es el siguiente: requerimos que la teoría salga con éxito de
nuevos y severos tests.
XIX
Evidentemente, esté último requisito tiene un carácter totalmente diferente
del de los dos anteriores. Podía verse si éstos se cumplían o no.
principalmente mediante el análisis lógico de la vieja y la nueva teoría.
(Son "requisitos formales".) En cambio, sólo es posible deternvinar
si se cumple o no el tercer requisito testando empíricamente la
-I Véase las secciones 31-46 de L. Se. D. Más recientemente he destacado "en confeícncias"
la necesidad de relativizar las comparaciones de simplicidad con respecto
a esas hipótesis que compiten como soluciones de un determinado problema o
La idea de simplicidad, aunque vinculada intuitivamente
ion la idea de un sistema, o teoría, unificado o coherente que surge de un cuadro
iiiiiiiiivo de los hechos, no |>uede ser analizada en términos de la exigüidad numérica
lie las hipótesis. £n efecto, toda teoría puede ser formulada en un enunciado; y al
[>arecer, para toíla teoría y todo n, hay un conjunto de n axiomas independienteH
(aunque no necesariamente "orgánicos" en el sentido de la escuela de Varsovia).
-•> Con respecto a la idea de test independiente, véase mi artículo "The Aim
of Science", Ratio, J, 1957.
295
nueva teoría. (Es un "requisito material", un requisito de dxito empírico.)
Además, es .evidente que el tercer requisito no puede ser indispensable
en el mismo sentido en que lo son los dos anteriores. Pues estos
dos son indispensables para decidir si la teoría en cuestión será, o no
aceptada como candidata seria para ser sometida al examen de ios
tests empíricos; en otras palabras, si es o no una teoría interesante y
promisoria. Pero, por otro lado, algunas de las teorías más interesantes
y más admirables que se hayan concebido resultaron refutadas en
el primer test. ¿Por qué no ha de ser así? Las teorías más promisorias
pueden fracasar al hacer predicciones de un nuevo tipo. Un ejemplo
de ellos es la maravillosa teoría de Bohr, Kramers y Slater ^'^ de 1924,
la cual, como realización intelectual, casi está a la altura de la teoría
cuántica del átomo de hidrógeno elaborada por Bohr en 1913. Pero,
infortunadamente, fue casi inmediatamente refutada por los hechos,
a través de los experimentos coincidentes de Bothe y Geiger, ^'' Esto
muestra que ni siquiera el físico más grande puede anticipar los secretos
de la naturaleza: sus inspiraciones sólo pueden ser presunciones,
y no es ninguna falta suya o de su teoría si ésta es refutada.
Hasta la teoría de Newton ha sido refutada, en definitiva; y en verilad,
esperamos, de este modo, tener éxito en la refutación y el mejoramiento
de toda nueva teoría. V si al fin de cuentas es refutada, ¿por
qué no al principio? Se podría decir que es simplemente un accidente
histórico el hecho de que una teoría sea refutada a los seis meses y
no a los seis años o a los seiscientos años.
A menudo las refutaciones han sido consideradas como el fracaso
de un científico o, al menos, de su teoría. Es menester destacar que
éste es un error inductivista. Toda refutación debe ser considerada
como un gran éxito; no solamente del científico que refutó la teoría,
sino también del científico que creó la teoría refutada y, así, sugirió
en primera instancia, aunque sólo fuera indirectamente, el experimento
refutador.
Aunque una nueva teoría sufra una muerte tempiana (como la de
Bohr, Kramers y Slater), no debe ser olvidada. Más bien, debe recordarse
su belleza y la historia debe registrar nuestra gratitud hacia ella,
por legarnos hechos experimentales nuevos y quizás todavía no explicados,
y con ellos, nuevos problemas, así como por los servicios que
lia prestado al progreso de la ciencia durante su exitosa aunque breve
vida.
Todo esto indica que nuestro tercer requisito no es indispensable:
hasta una teoría que no lo satisface puede hacer una importante contribución
a la ciencia. Pero en otro sentido, sostengo, es también indispensable.
(Bohr, Kramers y Slater aspiraban, con razón, a algo
más que a hacer una importante contribución a la ciencia.)
2fi Phil Mag., 47, 1924, págs. 785 y sigs.
2^ Zeitschr. f. Phys., 32, 1925, págs. 63 y sigs.
296
En primer lugar, afirmo que el ulterior progreso de la ciencia sería
imposible si no lográramos con razonable frecuencia satisfacer el tercer
requisito. Para que continúe el progreso de la ciencia y no decline
su racionalidad, no sólo necesitamos refutaciones exitosas, sino también
éxitos positivos. Vale decir que debemos conseguir, con razonable frecuencia,
elaborar teorías que impliquen nuevas predicciones, en especial
predicciones de nuevos efectos, nuevas consecuencias testales, sugeridas
por la nueva teoría y en las que nunca se había pensado antes. '-'^
Una nueva predicción semejante fue la de que los planetas, en determinadas
circunstancias, se desviarían de las leyes de Kepler; o que
la luz, a pesar de su masa, igual a cero, estaría sujeta a la atracción
gravitacional (esto es, al efecto de eclipse previsto por Einstein). Otro
ejemplo es la predicción de Dirac de que habrá una antipartícula para
cada partícula elemental. No sólo es necesario elaborar nuevas predicciones
de este tipo, sino que también deben ser corroboradas con razonable
frecuencia por los datos experimentales para que continúe
el progreso científico.
Necesitamos esa clase de éxitos. No es por nada que las grande*
teorías de la ciencia han significado todas una nueva conquista de lo
desconocido, un nuevo éxito en la predicción de fenómenos en los
que nunca se había pensado antes. Necesitamos éxitos como el de Dirac
(cuyas antipartículas han sobrevivido al abandono de otras partes
de su teoría) o como el de la teoría de los mesones de Yukawa. Necesitamos
el éxito, la cerroboración empírica, de algunas de nuestras
teorías, aunque sólo sea para apreciar la significación del éxito y estimular
las refutaciones (como la refutación de la paridad). Es para
mí absolutamente claro que sólo a través de estos éxitos temporales
de nuestras teorías podemos lograr un éxito razonable al atribuir nuestras
refutaciones a partes definidas del laberinto teórico. (Pues tenemos
un éxito razonable en esto, hecho que es inexplicable para quien
adopte las ideas de Duhem y Quine sobre la cuestión.) Una sucesión
ininterrumpida de teorías refutadas pronto nos dejaría perplejos y
desanimados, pues no tendríamos ningún indicio acerca de las partes
de esas teorías —o de nuestro conocimiento básico— a las cuales atribuir,
tentativamente, el fracaso.
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