La obra básica del Racionalismo Cristiano, no obstante sencilla, es bien profunda y debe ser vista como el cimiento base de conoci-mientos cuya estructura deberá ser levan-tada mediante el esfuerzo de cada uno



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CAVAR EL PROPIO ABISMO

Las fuerzas del mal - téngase esto siempre en la mente   jamás prevalecerán sobre las del bien. Éstas, en el final de todas las convulsiones, son las únicas que permanecerán eternamente. Aquéllas accionan transitoriamente, en un período de tiempo que marca su pro­pia destrucción.


Todos los malos actos damnifican gravemente el carácter de quien los practica, y dejan en la personali­dad espiritual marcas difíciles de borrar.
Fortalecer, pues, los atributos de valor para resistir a los procedimientos indignos, es una necesidad im­periosa e inconmovible.
No son pocos los egoístas e inescrupulosos que, con falsas apariencias, viven a engañar al prójimo, pro­curando extraer provecho de todas las situaciones. Indiferentes a la desgracia ajena, solo se complacen con la satisfación de sus intereses, por más viles que ellos sean.
Con ese indigno procedimiento, entretanto, cavan, sin percibirse, el propio abismo, hacia cuyo fondo van cayendo, y del cual solamente podrán salir a costa de indecibles sufrimientos.
Los gestos de grandeza espiritual, en que relucen los índices testificadores del valor, son los que más ennoblecen a las personas y les proporcionan la anhela­da felicidad. El valor está para la luz, como la debili­dad para las tinieblas. Ambos mútuamente se repelen.
Ningún ser consciente podrá preferir la accion negativa por la positiva, el nada por el todo, el atraso por el progreso, la duda por la certidumbre, el fracaso por el éxito, el miedo por el coraje y la oscuridad por la luz.
Los que hacen el cambio le lo bello por lo horrendo, in el simbolismo de esas comparaciones, son seres obliterados, que marginaron el buen sentido y permanecen bajo el influjo de una conciencia apática, enteramen­te deformada en la apreciación de los valores auténticos.
En todas sus obras, el Racionalismo Cristiano pro­pugna por la transformación de ese infeliz estado de conciencia de la humanidad, en parte motivado por­ su abandono a un sectarismo obscurantista que desconoce el proceso evolucionario de la vida y los deberes, espirituales de las criaturas humanas.
Las acciones, buenas o malas, más allá de nunca perderse, acarrean consecuencias correspondientes, por imperio de las leyes naturales que rigen el Universo.
La consecuencia de la paralización del corazón es la desencarnación; de la explosión de una bomba, la. destrucción; de la rotación de la Tierra, alrededor del Sol, el dia y la noche.
Asi - irrevocablemente   las buenas o las malas acciones determinan, para su agente, como consecuen­cia, un resultado que corresponde, invariablemente, a. la naturaleza de los pensamientos que las generaron.
Se engañan, por lo tanto, aquellos que piensan po­der escapar a los efectos de sus actos, a través del perdón o de otros expedientes. No existen perdones en el plano espiritual, ni dioses para perdonar.
Urge raciocinar para bien vivir. Urge proceder con independencia, valiéndose, cada cual, de los propios re­cursos morales y espirituales de que dispone. Quien hiciere el mal, tendrá que rescatarlo, inapelablemente, más temprano o más tarde.
Solarmente los actos de valor engrandecen la perso­nalidad y ennoblecen el caráter. Aquellos que los prac­tican, se tornan eficaces colaboradores en la obra de pacificación y espiritualización de las masas humanas.
CAPÍTULO XIII

EL CARÁCTER


El carácter es representado or la suma, de cua­lídades morales del individuo, en que se destacan sus virtudes y el conjunto de vallores espirituales, conquis­tados de encarnación en encarnación.


Ese valioso atributo expresa el nivel de espirituatlidad. del ser humano, que puede ser aferído.por la firmeza y rectitud con que procede en sus actos cotidianos.
Más de que por la honestidad de la conducta en las transaciones comerciales o en el

ejercicio de cualquier función, ele caráter se revela por la intransigente repulsión a la

pusilanimidad, a la intriga, a la envidia, a las actitudes dudosas, a la prevaricación, a

la deslealdad, a los movimientos traicioneros, en fin, a todas las acciones indignas.



En la realidad, son pocos los seres poseedores de caráter verdaderamente íntegro. Esto porque solamente en las últimas encarnaciones terrenas, esa integridad podrá ser

considerada perfecta.
Ni siempre el individuo culto posee mejor carácter, pues un gran número de ellos hacen de la cultura un instrumento de viveza.
No se puede negar, mientras tanto, la ventaja, y más de que ventaja, la necesidad de la instrucción y de la cultura, por proporcionaren una amplia contribu­ción para el desarrollo de la inteligencia y de la ca­pacidad de raciocinar   medio por el cual el espíritu analiza, confronta, deduce y concluye, para poder llegar al conocimiento de la verdad de la vida.
Es el caráter uno de los más ricos y preciosos bie­nes del espíritu. Sin embargo, su adquisición no es muy fácil Por el contrario, exige prolongados períodos de meditación, en numerosas encarnaciones, a lo largo de las cuales las conclusiones van sazonándose, bajo lá dura prueba de la experiencia.
Solamente después de incontables desengaños y de sufrir muchos agravios, injusticias e ingratitudes, es que el individuo mide, en lo íntimo de su naturaleza espiritual, la extensión de las miserias humanas y contra ellas se rebela, asqueado de esas bajezas   hecho que lo lleva a sentir repugnancia por la práctica de las mismas.
Asi, de repugnancia en repugnancia a las perversi­dades reconocidas y experimentadas, el espíritu se va liberando de las acciones inferiores, para ubicarse, por convicción absorbida del esclarecimiento, en las rígidas líneas de un conducta ejemplar.
En cualquier sector de la actividad   y no apenas en las lides literarias y científicas   puede el ser hu­mano ejercitarse en el desarrollo de la inteligencia: en las fábricas, en el comercio, en la agricultura, en la escuela, en la oficina o en el hogar. Cualquier ambiente de trabajo honrado predispone excelentes opor­tunidades para el perfeccionamiento del caráter, siempre obedeciendo a un progresivo normal, en que no hay lugar para transformaciones radicales ni regene­raciones muy rápidas.
Sin embargo, jamás podrá operarse, sin medir el esfuerzo, la buena voluntad y, por arriba de todo, la conciencia esclarecida aunada a la noción del deber y al firme propósito de cumplirlo.
Los padres y maestros que estuvieren en condicio­nes de transmitir a los hijos y a los discípulos   en lo referente a la rectitud del carácter   el lenguaje vivo y altisonante del ejemplo, ejercerán excepcional influencia en el espíritu de éstos, que se traducirá en acatamiento obediencia y respeto.
No hay exagero en la afimación de que el mundo carece notablemente de padres y profesores competen­tes y honrados. Porque los que son realmente honra­dos, poseen en sus manos prodigiosos instrumentos de pulimiento, con los cuales en mucho contribuyen para el perfeccionamiento del carácter de los adolescentes que tienen a sus cuidados.
Hay padres cuyo carácter se revela inferior a de los hijos, asi como existen profesores y maestros que lo son, apenas, por sus dotes intelectuales. Los malos ejemplos, entretanto, no son imitados por los que tienen discernimiento espiritual para sentirlos y condenarlos. Padres y maestros de mal carácter, por un lado, e hijos y alunos de mayor evolución, por el otro, marchan siem­pre por rutas diferentes, buscando, cada uno, satisfacer sus anhelos, sean estos enfermizos y viciosos, o benéficos y purificadores.
La tarea del profesor no debe limitarse a la ins­trucción pedagógica de los alumnos. La escuela, por complementar al hogar, le impone a los maestros el irre­cusable deber de llevar conceptos constructivos a los discípulos, capaces de tornarlos buenos ciudadanos.
Si la acción de los profesores es altamente meri­toria en el perfeccionamiento del carácter de los alunos, de mayor relieve es, todavía, la de los padres, a quien compete el inexcusable deber de observar las líneas ge­nerales del carácter de los hijos, cuando pequeños, por ser esa la faz en que la corrección ofrece mejores resultados.
POSICIÓN EQUIDISTANTE DE LOS EXTREMOS
En la definición de las líneas del carácter, todos deberán considerar la posición equidistante de los extre­mos, donde predomina, el equilibrio. El criterio, la equí­dad, el buen sentido, la puntualidad, la lealtad, la ar­monía, el coraje, la hombría, el buen humor, la digni­dad, la gratitud, la urbanidad, la fidelidad, el comedimiento, la veracidad, el respeto propio y del semejante y, finalmente, el celo, son atributos que,

Cultivados debidamente, constituyen virtudes primaciales, ennoblecedoras del espíritu, para las cuales se dirige el ser humano deseoso de conquistarlas para moldeamento y enriquecimiento de su complejo espiritual, del cual depende el carácter aprimado.


El miedo e la temeridad son dos extremos, en cuyo punto medio está el coraje – virtud componente de la fisionomía del caráter.

Todos los atríbutos morales están equidistantes de esos dos extremos. Aunque en posiciones extremas, se sitúan el derrochador y el avariento, pero el comedido queda en el centro que representa la posición ideal. para todos los seres.de carácter bien formado.


En esas mismas posiciones extremas, están las cualidades negativas que inferiorizan al espíritu, mientras que en el centro, al contrario, refulgen las positivas, ideales, constructivas, que lo engrandecen, ha­ciéndolo crescer en la escala ascendente de la evolución.
Al igual que el perdulario y el avariento, tambíén, la malquerencia y la adoración ocupan puntos extremos, pero la amistad y la virtud tienen lugar destacado en el centro.
Hombres y mujeres se despeñan por los flancos de ­peligrosos abismos, por no querer comprender que entre dos fuerzas iguales y opuestas existe siempre, un punto central de equilibrio, en el cual deberían mantenerse para poder disfrutar de las ventajas que él ofrece.
Tanto la malquerencia como la adoración generan situaciones repudiables: mientras la malquerencia des­pierta el sentimiento de adversión, de odio y de ven­ganza, con los más perniciosos efectos para el agente, la adoración conduce al temor, a la humildad servil y subalterna, a la subyugación de las iniciativas, a la alienación de la voluntad, a la falta de confianza del individuo en si mismo, siempre en desprestigio del es­píritu y en flagrante anulación de su propio valor.
En ambos sentimientos, apenas citados como ejem­plo, la evolución sufre un retardo, o bien no se produ­ce, lo que en mucho perjudica al carácter. Trabajar para perfeccionar, cada vez más, ese gran, ese incom­parable atributo, es acumular riqueza espiritual de in­superable valor.
Los bienes materiales, ya se hizo ver, quedan en la Tierra, los espirituales, nó. Estos nunca se separan de quien los supo acumular. Y la mejor fortuna que el ser humano puede aspirar, es la que se forma a través de acciones nobles, que reflejan siempre la gran­deza del carácter.


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