La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Pregunta: ¿Por qué es tan precario y desajustado el casa­miento en la tierra?

Ramatís: En la tierra, el casamiento es precedido por la fase del enamoramiento o noviado, en donde predomina acentuado sentimentalismo y falsa poesía, que casi siempre se desmiente apenas consumada la unión conyugal. Antes del casamiento el hombre y la mujer se intercambian juramentos ardientes en la esfera de las pasiones efímeras, manifestando un enamoramiento poco sincero, pero con tinte romántico; luego, se manifiesta en un purgatorio en la forma de un hogar terreno, puesto que el prosaísmo de la vida en común rasga todos los velos de la contem­porización anterior. El noviazgo terreno es la confusión entre el deseo y el interés o, cuando mucho, un arrebato de pasión transitoria.

El casamiento en la tierra, para la mayoría de los seres humanos, no deja de ser un mutuo negocio, donde las pasiones resulta la mercadería en tránsito. En vez de ser un amparo espiritual, como una especie de "oasis" donde se mitiga la sed de afectos en el desierto de la vida humana, el hombre considera el casamiento y la formación del hogar como una necesidad a llenar para el equilibrio fisiológico; y la mujer supone que es una solución económica y previsión de bienes personales. Son muy pocas las personas que conciben el hogar como un reencuentro afectuoso, ligado por el amor, donde se plasma la actividad espi­ritual, tan deseada por el espíritu, donde los hijos representan la prolongación de las enseñanzas, del entendimiento y la elección definitiva para la poco conocida "familia universal".



Pregunta: ¿Qué debe hacer el cónyuge que pone en acción todos sus esfuerzos para la armonía del hogar, pero fracasa por la actitud reaccionaria de su compañero cuyo móvil parece ani­quilar cualquier iniciativa de conciliación espiritual?

Ramatís: ¿Qué hacen dos enemistados dominados por el odio v la violencia, cuando se encuentran? Sin dudas, que se maltratan “físicamente” hasta que uno resulta el vencedor y se satisface por su inferioridad animal. Pero, en el caso de la animalidad, no hay vencido ni vencedor, ambos se asemejan por la condición agresiva. Todavía son ciudadanos del mundo de las cavernas, vestidos a la moda, que cambiaron el garrote por pistolas automáticas. Se distinguen de sus hermanos primitivos por su aspecto exterior, puesto que usan finos casimires, se afeitan la barba y recortan el cabello, y articulan un lenguaje amplio y rebuscado.

Mientras tanto, si uno de los cónyuges es tolerante, bondadoso, comprensivo, humilde, y no pretende imponer su personalidad transitoria, es obvio que el conflicto en el hogar se termina y reduce la combustibilidad inferior, así como la hoguera se termina por falta de leña. Únicamente es posible conseguir la tan deseada paz cuando el cónyuge más espiritualizado cede en favor del compañero inconformado. Aquel que acumuló valores definitivos en el reino del Cristo poco le importa discutir o competir por la posesión de los tesoros perecibles del mundo del César o imponer a la fuerza las pasiones animales. En las luchas y fricciones humanas en donde domina el instinto animal, el vencedor apenas da alimento a las fieras de sus propias pasiones.

Ningún conquistador de los pueblos del mundo, podría compararse jamás con un Francisco de Asís, Buda, Gandhi o Jesús, quienes lucharon sin esgrimir las armas fratricidas y ven­cieron en sí mismos, al instinto animal. Además, enseñaron a los hombres, sus hermanos, las más avanzadas estrategias para que el alma alcance la victoria sobre sí misma. Como guerreros de paz, conquistaron paso a paso el territorio espiritual y definitiva­mente dominaron el reino inferior.

Entonces, el marido y la mujer, en general, son viejos liti­gantes reunidos en la arena del hogar terreno por la naturaleza de los sentimientos e intereses mutuos, pero íntimamente separados por los conflictos espirituales del pasado para buscar la bendecida solución y desatar las cadenas de su prisión recíproca. A pesar de las luchas y desentendimientos cotidianos, como los conflictos muy graves que casi terminan en la separación, ambos cónyuges comprenden la triste lección casi en la vejez, puesto que sus conclusiones les dice en lo íntimo de sus almas, que todo se debió a la falta del amor verdadero o altruista que es en definitiva el amor espiritual. También es evidente que le cabe al compañero de mejor noción espiritual tomar la iniciativa de la renuncia, tolerancia y pasividad, a fin de mantener la armonía y la paz deseadas en el hogar, superando al cónyuge obstinado, grosero y agresivo.

El espíritu primario, en cualquier circunstancia, nunca se conforma con la derrota en el campo de la competición humana, pues lucha y echa mano a los recursos más bajos para imponer siempre su razón. Cuando se encuentra supeditado a una jerar­quía superior, es servil y hasta adulador; cuando alcanza el poder, es despótico y cruel. Sólo las almas angélicas vibran bajo la bendición de Dios y son felices y hasta se humillan cuando tienen la oportunidad de servir al prójimo. Los espíritus mediocres guardan resentimientos aun por los hechos más inofensivos y se sienten heridos en lo más íntimo de su amor propio. Dominados por el utilitarismo de la vida material, ceder significa perjuicio para ellos; por tales razones pondrán en marcha cualquier recurso, agresivo y defensivo de su personalidad humana, a fin de vencer y "lucrar".


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