La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Pregunta: El culto de los paganos, sellado por la sangre de los sacrificios humanos, ¿también debe considerarse como expre­sión religiosa, nacida en el hombre por el amor a Dios?

Ramatís: Normalmente, todo ser humano aunque sea atra­sado espiritualmente, busca a Dios como suprema meta de su vida. Quien busca lo mejor, indudablemente busca a Dios, pues nada existe más allá de El, que pueda proporcionarle su felicidad. Así como el agua sucia de la cisterna se purifica por la constante renovación de la misma, los ritos sangrientos de los pueblos pri­mitivos y crueles, también se renuevan y subliman por la ansie­dad humana de amar a Dios. Los hombres primitivos, infantilizados e ignorantes, alternaban su sentimiento religioso, que les latía en lo íntimo de su ser, debido a la promiscuidad de las pasiones e impulsos animales. Sin embargo, lo hacían inocentemente y convencidos de que estaban satisfaciendo a Dios con la ofrenda más valiosa que ofrecían, que era ¡la sangre del mismo hombre!

Eran belicosos, egocéntricos y animalizados, pero en su igno­rancia llegaban a sacrificar los hijos del mejor amigo, en la con­vicción ingenua de que el Señor siempre debía recibir lo mejor. Pero el hombre también evolucionó en los sistemas de adoración, pasando a manifestar el sentimiento religioso en forma agradable y pacífica, sustituyendo, poco a poco, los ritos sangrientos y repugnantes. El buey, el carnero, las aves y las palomas reem­plazaron a los sacrificios humanos, y en el presente, todo ello evolucionó hacia expresiones superiores y estéticas, puesto que se ofrenda flores, velas, perfumes y objetos, acompañados de oraciones.3 Los gritos, las contorsiones humanas y la histeria colectiva de antaño, ahora se sublimaron por los cánticos religiosos, procesiones y ofrendas de los más distintos tenores, debiendo agregar la suave y agradabilísima música sacra que acompaña dichos actos.



Pregunta: ¿Qué nos podéis aclarar sobre los hombres ateos, adversos a todo tipo de creencia, ceremonia o culto religioso?

Ramatís: Todas las personas encarnadas o espíritus de nues­tro mundo, por así decir, son divinas, sin cotejar valores humanos de la tierra o el espacio. "El reino de Dios está en el hombre", así lo manifestó Jesús, pues el paño de fondo de nuestras con­ciencias es la propia conciencia de la naturaleza creadora de Dios. Nadie jamás podrá destruir la llama inmortal que palpita en nuestra intimidad, aunque el ateo la niegue en sí mismo. El hombre ateo no invalida ni destruye su realidad divina, así como el sándalo bajo el corte del hacha no puede eliminar su cauti­vante perfume.

3 Nota de Ramatís: Eran criaturas ignorantes y no tenían el sentido de la crítica moral o espiritual; seres primitivos y animalizados, supersti­ciosos y predominantemente instintivos. Sin embargo, ¿qué podemos decir de los hombres civilizados, cultos, universitarios y genios de las ciencias modernas, que todavía ofrecen sacrificios al "dios de la guerra", enviándoles sus hijos sanos para destruirlos en medio de cruentas luchas? El primitivo salvaje ofrecía al primogénito, matándolo con un certero golpe o con el tradicional cuchillo para los sacrificios, o bien, arrojándolo al brasero in­candescente del ídolo. Actualmente, ¡primero seleccionan los jóvenes fuer­tes y sanos, y más tarde los mandan al frente de lucha para estropearlos definitivamente o masacrarlos bajo las ráfagas de las ametralladoras!

Pregunta: El hombre creyente y religioso supera al ateo, ¿no es verdad?

Ramatís: ¡El hombre vale por su obra y no por su creencia! No es la convicción religiosa lo que le da prestigio o graduación espiritual, sino el amor que emana de sí, en favor del prójimo.

Los hombres religiosos, sean católicos, protestantes, espiritas, umbandistas, rosacruces, teósofos, budistas, yogas o iniciados, aunque obedezcan rigurosamente las reglas esotéricas o postula­dos litúrgicos, pueden ser autómatas, pues cumplen con sus obli­gaciones y disciplinas en "horas especiales" o "momentos reli­giosos", en el ambiente venerable de los templos, iglesias o insti­tuciones espiritualistas. El ateo, aunque sea un descreído de Dios, si vive dignamente en el mundo profano, en su condición de esposo, padre, hermano o ciudadano, siempre ha de ser superior al religioso o espiritualista, que se comporta bien en el "mundo sagrado" de los templos pero delinque en el "mundo profano" de la vida cotidiana.

Si hasta las plantas buscan a Dios y lo aman, usufructuando la dádiva de la luz creadora, del calor y de la linfa vital del suelo húmedo, ¿por qué el ateo no ha de buscar a Dios? ¿Acaso no es un espíritu que transita por el mundo en busca de lo mejor? ¿Y qué es lo mejor, en todo el Cosmos, sino Dios, la Felicidad Su­prema, latente y planificada en el microcosmos de la criatura humana? Aunque el hombre busque a Dios por los caminos de la negación o de las prácticas bárbaras y paganas del pasado, aun así está desarrollando el amor como un proceso de vitalización del Espíritu inmortal.


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