La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Ramatís: El espíritu del hombre en su constante movimiento asciende hacia condiciones o estados psíquicos cada vez más subli­mados. En consecuencia, llega el momento en que él mismo ha de preferir la alimentación vegetariana sobre la carnívora. Aunque el hombre mantenga su terquedad de querer devorar vísceras san­grientas, cuando lo Alto cree conveniente que ha llegado el tiempo de modificar su nutrición, entonces lo ejercita bajo la presión de las enfermedades que lo obligan a las dietas espartanas, como son los estados febriles e infecciosos, donde el médico aconseja eliminar el uso de la carne.

Además, la exigencia volumétrica de la alimentación es una mera ilusión, pues hay personas robustas y aparentemente saluda­bles, que son débiles y enfermizas, fácilmente superadas por otras de aspecto delgado, pero que son más resistentes. Antiguamente, los científicos juzgaban con más inteligencia a los hombres que tenían un cerebro voluminoso, y hasta se decía popularmente, que tal persona era talentosa porque tenía "la cabeza grande". Sin embargo, experiencias científicas posteriores demostraron que la contextura cerebral valía más por la calidad que por su volumen sustancial. Entre los animales, el cerebro pequeño del zorro le proporciona más inteligencia, habilidad y astucia que el cerebro gigantesco del hipopótamo.

Por otra parte, la misma ciencia explica que el cuerpo físico del hombre apenas es el "aspecto" de la "materia ilusoria", o energía condensada, en donde predomina un número inconcebible de espacios vacíos e interatómicos, sobre una cantidad microscópi­ca, que se supone sea una masa absoluta. Si pudiésemos comprimir los espacios vacíos existentes en el cuerpo físico del hombre y lo convirtiéramos en lo que la ciencia llama "pasta nuclear", de esa compresión imaginaria resultaría una diminuta "masa real" que cabría en una caja de fósforos y con el mismo peso que tenía antes de ser comprimido. En realidad, el organismo humano es una maravillosa red de energía sustentada por un genio cósmico, cuyas moléculas se distancian entre sí, tanto como los planetas paralela­mente se distancian del sol en sus órbitas de traslaciones. El cuer­po carnal es un vestido de polvo concentrado, adherido al espíritu del hombre, cuya compacta figura también resulta ser una apa­riencia fantástica.

En consecuencia, la alimentación sólida y abundante no deja de ser una ilusión, cuya masa consistente calma las contracciones espasmódicas del estómago, pero lo único aprovechable es la con­textura íntima a los fines de alimentar el campo energético del magnetismo o de la electricidad biológica humana. El terrícola ingiere gran cantidad de masa material en forma de alimento co­mún, más el cuerpo humano incorpora únicamente la energía ató­mica, pues su configuración de masa es ilusoria y predominan los espacios vacíos. El organismo humano es un "campo magnético" cuya apariencia sólida es ilusoria debido a la vibración de nuestros sentidos carnales, groseros, que aún funcionan en la periferia de la red sensoria.

Cuando la ciencia llegue a demostrar a través de los aparatos de precisión la realidad de la contextura " psicofísica " de la per­sona, también será probado que tampoco extrae masa de su alimen­tación sino energía.7 En verdad, los humanos nutren los espacios interatómicos, porque la materia es "energía condensada", con­forme manifestó Einstein. Así como las estrellan que brillan en el cielo, por las noches, pueden ser las moléculas, que tal vez conforman una "célula" del organismo exterior de Dios; en el hombre, existen más espacios vacíos que sustancia específicamente material. De ahí entonces el metabolismo avanzado de los habi­tantes de otros mundos superiores a la Tierra, porque inhalan con más propiedad los principios vitales o "prana", a través de la respiración en forma de elementos eléctricos y magnéticos prove­nientes del sol y del medio ambiente. Les basta una pequeña dosis de oxígeno para mantenerse sanos.8 El hombre terrícola se irá liberando de a poco de las exigencias nutritivas de su grosera na­turaleza animal hasta alcanzar el disederatum de otras humanida­des más evolucionadas. De la antropofagia, pasó a devorar únicamente animales, insectos, aves y peces; después pasó a la nutrición mixta de carnes y vegetales; y ahora va tendiendo hacia el vegetarianismo puro y, por consecuencia, aumentará su energía psicofísica.

Es razonable que el salvaje sea antropófago y se deleite con la carne de sus propios compañeros; pero es condenable e incohe­rente, que el civilizado después de saber distinguir entre el Bien y el Mal, el Amor y el Odio, todavía continúe devorando a los animales, sus hermanos inferiores.




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