Gonzalo fernández-gallardo jiménez


- La mayoría de edad de la Observancia



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4.- La mayoría de edad de la Observancia.


A principios del siglo XV la Orden tenía cerca de 70 eremitorios con unos 600 frailes, muchos de los cuales acabarían constituyendo la rama de la Observancia al conferirles el papa Eugenio IV (1431-1447) una organización, de hecho, paralela a la de la Orden. Sus jurisdicciones se llamaron “vicarías”, y sus superiores “vicarios provinciales”, sometidos a los ministros provinciales (claustrales siempre), pero en realidad con plena autonomía. Sólo frailes como Bernardino de Siena intentaron conjugar a un tiempo unidad y reforma de la Orden. San Bernardino “rehusó obstinadamente tener cuenta de esta designación (vicario general) y se tituló por el contrario ‘vicario del ministro general’, para dar a entender que pertenecía a la orden de los Hermanos Menores. Las Constituciones Bernardinas que dio a los Observantes en 1440 fueron por tanto caracterizadas por una rara moderación. Bernardino evitó que ningún artículo diera índice de la mínima censura a los Conventuales… guardó en el mismo estado los conventos pasados a la reforma, sin creerse obligado a operar en ellos restauraciones espectaculares” 53.

Además de controlar los brotes de vida eremítica, la Regular Observancia, paradójicamente, pretendía asentarse en los grandes conventos urbanos que habían nacido en la Orden desde el siglo XIII. Esto provocó una gran conflictividad que desembocó en agresividad fratricida. A partir de la bula “Ut sacra” (1446), los “enfrentamientos habían dejado muchos rencores en las almas: los Conventuales llamaban irónicamente a los Observantes ‘hermanos de la bula’ (porque ésta les concedía la autonomía). Los Observantes respondían denominando a aquéllos ‘hemanos de la bolsa’”54. García Oro habla de “la hora de la verdad”, “asaltos y conquistas”, “querellas jurisdiccionales”, “fusión y confusión en la Observancia”55. La relevancia social de la Orden hacía que su infraestructura fuese apetecible. Había muchos intereses en juego, dado el número de conventos y frailes y su influencia en la vida de la Iglesia y de la sociedad56.



Intentando profundizar en el sentido de esta lucha, Isaac Vázquez afirma: la Observancia procedió con criterio enormemente unilateral y reductivo cuando, habiendo debido enfrentarse con el complejo problema de la reforma de la Orden, se limitó al tema de la pobreza: la pobreza lo era todo; sobre el ara de la pobreza se sacrificaron alegremente el principio básico de toda vida religiosa, cual es la obediencia; la virtud fundamental cristiana, cual es la caridad fraterna; y las gloriosas tradiciones de la Orden, como, por ejemplo, la de los estudios. La segunda característica fue el subjetivismo: los impulsos del carisma personal prevalecen sobre las exigencias de la institución; se desechan las interpretaciones y declaraciones oficiales de la Iglesia sobre la Regla, so pretexto de observar la Regla puramente y a la letra; pero, luego, por iniciativa personal, al lado de la Regla, y con igual carácter de obligatoriedad, se pone el Testamento, las palabras -‘verba’- que se creía haber dicho San Francisco, y hasta las mismas ‘intenciones’ que se suponía habría tenido en su mente; se alega a cada momento el ‘espíritu del Evangelio’; pero examinándolo de cerca, queda la fuerte impresión que, en vez del Evangelio de Cristo, revelado, histórico, confiado a la Iglesia, se trate, más bien, del ‘Evangelium Aeternum’, desencarnado, abstracto y utópico, de Gerardo de Borgo San Donnino y de los Espirituales. Y, por fin, estos elementos -unilateralismo pauperístico y subjetivismo-, elevados a la enésima potencia del superlativismo: todo era lícito, con tal de que contribuyese a aumentar las asperezas exteriores y despreciar los bienes materiales; diríase que en cuestión de pobreza no cabía parvedad de materia… Desde mediados del siglo XV la Orden Franciscana ofrece el absurdo espectáculo… de estar compuesta por dos cuerpos y dos cabezas, prácticamente separados: Conventuales sub ministris, Observantes sub vicariis; los primeros, defendiendo la unidad de la Orden, sin gran interés por la reforma; los segundos, luchando por su reforma, aun a trueque de sacrificar la unidad de la Orden”57. Este autor, y sobre el mismo tema, afirma: “En un cierto momento, la reforma –que es siempre de minorías selectas- se convierte en fenómeno de masa. A los maestros reformadores de la provincia de Santiago se les escapa de la mano el control del movimiento; son los frailes de misa y olla –de misa, no todos- los que agitan más fuertemente la bandera; pero aquel proletariado conventual –menos numeroso, tal vez, pero ciertamente más aguerrido que el proletariado clerical de que habla el gran historiador de la Reforma, J. Lortz-, aquel proletariado, digo, que no compartía ni el fervor espiritual de los austeros eremitas ni siquiera el amor por la disciplina comunitaria de los hombres de letras, convierte la bandera de la reforma en escudo de una ‘guerra santa’ que se libra a la enseña de ancestrales reivindicaciones sociales. Y los superiores jerárquicos, que no supieron recoger y favorecer, con tempestiva sensibilidad, los anhelos espirituales de los auténticos reformadores, tienen que rendirse, impotentes, a las reclamaciones tumultuarias de los revolucionarios. Desde que en 1447 se erige en la provincia de Santiago una Vicaría provincial de Observancia con autonomía práctica frente a la unidad de la misma provincia y a la obediencia debida a los superiores, lo que buscan los corifeos de la ‘reforma’ no es tanto restablecer un ‘espíritu’, cuanto consolidar y aumentar el ‘cuerpo’ del propio partido: se asaltan conventos a golpe de pica, se expulsa a sus legítimos y pacíficos moradores, se cometen pillajes. Ni más ni menos de lo que, en el campo político-social, estaba sucediendo en la Castilla preisabelina”58. Las cita son largas, pero con enjundia, porque abandonan el dualismo propio de la mayoría de los autores de las crónicas franciscanas que partían siempre del poco crítico principio de que los Conventuales eran los malos y los Observantes los buenos. Cada vez más se encuentran otras posturas, como la siguiente: “Sería un error suponer que todos los conventuales eran irreligiosos o todos los santos. Mientras las autoridades de la ciudad pedían individualmente a conventuales que pronunciaran sermones, con frecuencia individuos eran denunciados por su vagancia y su vida apóstata”59.

Es necesario, no obstante, dar un paso más para valorar no sólo lo que sucedió en el interior de la Orden, sino la relación que tuvo la reforma con la vida política, social y económica de cada momento. La documentación habla explícitamente de esto en raras ocasiones. A modo de ejemplo citamos el breve “Dum singulos regulares ordines” del 1 de mayo de 1475, en el que Sixto IV denuncia la intervención de los laicos en la reforma porque sólo buscan “propriis incumbentes affectibus”, ya que los Observantes vendían los bienes que adquirían al apoderarse de los conventos de los Conventuales a precios muy bajos60. Adeline Rucquoi ha constatado que hasta 1370 los conventos de Valladolid habían seguido la misma política económica que “el patriciado urbano, esencialmente orientado hacia la apropiación del suelo urbano”, y que, a partir de esa fecha, tanto en el campo civil como en el eclesiástico, se potenciaron otras fuentes de financiación basadas en la diferenciación de sus fuentes de ingresos. Rucquoi relaciona este cambio en el origen de los ingresos económicos con el abandono de los bienes del convento de San Francisco al “abrazar la observancia”61, en 1433.

La reforma tenía también una dimensión social. En muchos cambios de frailes conventuales por observantes -o en la recuperación de los conventos por parte de los primeros- intervino activamente el clero secular e importante número de conciudadanos. Fue sonado el caso del convento de San Francisco de Palencia62. Los cambios de banderías en los conventos guardaban relación con las familias influyentes en cada momentoy con las “modas” espirituales en uso. Por ejemplo, en la documentación del Concejo de Murcia se puede ver cómo, desde 1461 hasta 1482, el convento de San Francisco pasa de unas manos a otras, cómo intervienen las personas influyentes en el Concejo, los altercados populares que provoca, la importancia de algunos bienes económicos - en este caso las salinas del Pinatar (hoy, San Pedro del Pinatar)-, y al final la decisiva intervención de la reina Isabel la Católica tomando partido por los Observantes63. Para Adeline Rucquoi, la “reforma condiciona tanto la influencia que (la iglesia) puede ejercer en la sociedad como las ventajas económicas que podrá sacar de ella64.

La relación entre reforma y política tampoco está demasiado estudiada; no obstante, se ha llegado a conclusiones como la que sigue: “Los monarcas de la dinastía Trastámara tomaron conciencia de que gobernar suponía también intervenir en orden al establecimiento de unos ideales de comportamiento religioso de los que el clero, en especial el clero regular, debía actuar como modelo a seguir. Ello no se hizo, desde luego, por consideraciones exclusivamente religiosas, sino que se creyó que el afianzamiento de unos comportamientos religiosos más modélicos, auspiciados desde la propia monarquía, podría contribuir a promover el fortalecimiento de la solidaridad política formada por el reino… En esta política de reforma eclesiástica con intervención regia, las órdenes mendicantes y, entre ellas, la Orden Franciscana, tuvieron un protagonismo de primer orden”65.

Esta íntima conexión entre reforma y política, como es lógico, aparece también en los estudios sobre otras órdenes. Así, se relaciona el régimen de gobierno que adopta la Observancia de los cistercienses con la característica centralización de las nuevas monarquías66 y se afirma que la famosa reforma de los benedictinos de Montserrat realizada por García Jiménez de Cisneros a finales del siglo XV “consistió, simplemente, en la substitución de la comunidad claustral catalana por una comunidad observante castellana”67. En el caso franciscano, podemos apuntar que los frailes conventuales de Viveiro estuvieron al lado del concejo en sus conflictos con el obispo y en el bando petrista durante las luchas trastamaristas68 y que el convento de San Francisco de Pontevedra -un caso entre muchos- aparece como uno de los centros de la actividad política de la ciudad hasta la primera mitad del siglo XVI69.

La relación entre la Observancia y las nuevas situaciones sociopolíticas parecen ser comunes en toda Europa: “Gli Osservanti ebbero in gran parte dell’Europa il favore dei detentori dell’autorità pubblica, grazie alla convergenza tra necessità degli apparati di potere quattrocentesche e ‘ipotesi socio-religiosa’ (se refiere a la armonización entre la corriente eremítico-espiritual y la corriente urbana-evangelizadora) del francescanesimo osservante, espressa attraverso una predicazione che non appere l’annuncio di una speranza, bensì la diffusione di modelli etico-religiosi costrittivi e rigidi”70. El mismo autor había dicho antes: “Tra XIV e XV secolo si impone, lungo un itinerario nient’affato lineare, un nuovo raccordo: l’interlocutore non è più un ambiente mobile e dinamicamente aperto a mille soluzioni culturali e istituzionali; nel Quattrocento l’interlocutore è uno stato retto da un principe o da una oligarchia ristretta”71. En la misma línea, desde Francia, se ha dicho: “les premières fondations des Mediants ont bien reflété le dynamisme des villes, celles des Observants donnent une toute image. Elles sont le fruit d’une autre force sociale qui domine le siècle, la puissance des princes territoriaux. Ce sont bien, en effet, ces hommes, pseudoféodaux mais vrais chefs d´Etat, qui réservent aux Franciscains observants toutes leurs faveurs”72.




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