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Los ninis en el país de la desesperanza



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Los ninis en el país de la desesperanza
* La tasa de desempleo de 3 millones en 2009 y del subempleo de 4 millones, implica que alrededor de 7 millones de personas no tienen un trabajo estable que satisfaga sus necesidades básicas
José Sobrevilla / Noticias del Empleo

sobrevill@yahoo.com.mx


¿Preocupan realmente las 32 millones 914 mil 605 personas que, según el censo de 2010 ni estudian ni trabajan?

Como se puede esperar, por su desilusión del gobierno, ni siquiera representan la esperanza de un voto en las elecciones madre que están por venir en 2012, ya que su edad no entra en los nichos de búsqueda del sufragio. Si bien representan el 29.3% de la población, la mayoría son menores de 15 años que viven en la paradoja de pertenecer a una generación heredera de avances y desarrollo tecnológico, “pero a la vez implican todo un reto de política pública”, escribió en abril 24 Ernesto Núñez en Reforma.

Pertenecen a las generaciones nacidas desde los años 60 y no conocen lo que es un país con crecimiento económico y los beneficios que trae a los que lo habitan. Al contrario: han sido testigos constantes de las dificultades económicas que viven sus familias. Bajo el término nini se identifica a los jóvenes de entre 14 y 29 años que por diversos factores ni estudian ni trabajan. Sin que sea un dato exacto, según la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) existen alrededor de 7 millones.

Lo que sí se sabe es que es un fenómeno que se genera en las clases medias y altas, pues son un estrato de la sociedad que ha venido proporcionando a los jóvenes de estas edades la cobertura de sus necesidades básicas, como son la alimentación, el techo, el vestido y hasta el entretenimiento, pero que sin embargo en los últimos años, se han visto en problemas para continuar haciéndolo.

Según José Gil Olmos, en Proceso, cada vez son más los jóvenes en el mundo que se suman y que no tienen un futuro o, si cuentan con él, éste es desesperanzador, desolador y penoso. Son una generación marcada por la desilusión y es precedida por los Emos y la generación X, asegura el periodista: “México tiene el reto de transformar una generación de jóvenes decepcionados, desesperanzados, producto de un proyecto que llegó con el nombre de Consenso de Washington hacia finales de los años ochenta, y que dictó las políticas neoliberales que hoy siguen imperando en América Latina, principalmente”.

Según el Censo 2010, señala Núñez, el 94.7% de los niños entre seis y 14 años acude a la escuela, y significan una cobertura también inédita. Sin embargo, al mismo tiempo, esta generación demandará una cantidad enorme de puestos de trabajo y, en un par de décadas, deberá ser capaz de mantenerse y de soportar la mayor carga de población envejecida de la historia.

Las proyecciones del Consejo Nacional de Población indican que la población de 65 años y más aumentará de 7 millones en 2010, a 9.4 millones en 2020, 14.3 millones en 2030, 20.5 millones en 2040 y 25.9 millones en el 2050.
El futuro desde un escenario nini
En su libro Población (colección Los grandes problemas de México, El Colegio de México 2010) el demógrafo y académico de ese centro de estudios, Manuel Ordorica explica cómo la transición demográfica tomó por sorpresa a México, que no estaba preparado para aprovechar al máximo el llamado bono demográfico, generado por el hecho de que el 64.4% de la población esté en edades productivas. El no haberlo planeado explica, en parte, la existencia de los jóvenes que ni estudian ni trabajan.

Según ejemplifica el periodista de Reforma, a partir de lo expuesto por el académico de El Colegio de México, “los niños de hoy forman parte aún de ese bono y aún hay tiempo de evitar que se conviertan en un ‘pagaré demográfico’", pues en los próximos decenios continuará ensanchándose la población en edad productiva. "Este proceso lo podemos ver como una oportunidad histórica o como un problema, porque si la economía no crece en los siguientes lustros podría presentarse una pesadilla demográfica. Sería muy grave que no se generaran los suficientes empleos en la economía formal y que este bono se nos fuera de las manos", advierte en su libro.

Los gobernantes, advierte, deberían estar planeando las políticas públicas para garantizar que esos 32.9 millones de niños tengan empleo en México, no emigren a Estados Unidos, no caigan en la economía informal y no se conviertan en otra generación de ninis.

Ordorica, entrevistado por José Gil Olmos, lamentaba que la política no escuchara a la demografía y consideraba un error que las autoridades no hayan atendido las proyecciones que se hicieron a finales del siglo XX, al tiempo que veía como un riesgo que los políticos de hoy en día no estén planeando a largo plazo.

La demografía le cumplió al desarrollo, al señalar la necesidad de reducir la tasa de crecimiento poblacional del 3.4% de los años 70, al 1.4% de la primera década del siglo XXI, según datos del Censo 2010. Pero el desarrollo no le cumplió a la demografía y la calidad de vida no ha mejorado. Usando un slogan del gobierno de Luis Echeverría, Ordorica cuestiona: "se decía que la familia pequeña vive mejor; hoy la familia ya es más pequeña, pero ¿vive mejor?"

Un dato alentador del Censo de 2010 (el hecho de que el 94.7% de los niños entre seis y 14 años vayan a la escuela) advierte el investigador se puede convertir en un negativo, en caso de que en el futuro esos niños no encuentren un trabajo. "Hoy vemos que hay un porcentaje reducido de analfabetismo, que hay un buen nivel de escolaridad. Se ve un esfuerzo de la gente para que ocurra eso, ésa es una ventaja que permite ver un futuro positivo para esos niños, pero esos niños tendrán que ingresar a su actividad económica en 15, 20 o 25 años y la pregunta es ¿de qué van a trabajar?

Además del empleo será necesario construir casi 20 millones de viviendas en los próximos 40 años, resolver problemas de generación y suministro de energía, garantizar el abasto de agua y alimentos, y consolidar un sistema de salud capaz de atender a una población cada vez más vieja.


Multitudes en todo el país demandan la paz
Sara Lovera

saralovera@yahoo.com.mx


Como si se sintiera reconfortada, la religiosa María Angélica Robledo Álvarez se limpió el sudor de su frente y respiró esperanzada. Había marchado por las calles de la ciudad de México por primera vez en sus 30 años de vida. Su madre, Martha Álvarez, y su hermana Blanca Robledo, fueron asesinadas el 15 de diciembre último en la ciudad de San Luis Potosí. Ambas fueron mutiladas y torturadas, sin que autoridad alguna haya investigado, y todavía no se lavan los pisos del lugar del crimen. La casa familiar ha sido sellada. El pecado de su hermana Blanca fue pretender la organización de un sindicato campesino en el poblado de San Luis de las Salinas, según dijo Robledo a SEMlac.

Una marcha potente, en silencio, nacida el 5 de mayo en la ciudad de Cuernavaca, se dirigía al Zócalo como destino y 71 personas subieron al templete de esa plaza para hablar de su caso particular, recordar la impericia de las autoridades, la falta de justicia e investigación, el baño de sangre diario en las ciudades identificadas como de crimen y narcotráfico.

En plena plaza capitalina, un cartel grande tirado en el suelo pedía parar el feminicidio que se ha denunciado, sin resultados, desde hace 18 años; y el ingeniero Carlos Castro demandó la aparición de su esposa Josefina Campillo y sus hijas Johana Monserrat Castro y Karla Verónica Castro, secuestradas impunemente desde el 11 de enero de 2011. Castro dijo a SEMlac que ha tocado todas las puertas oficiales y nadie le da razón. Contó que, junto a sus hijas y esposa, se llevaron a Araceli Utrera, la trabajadora doméstica de la familia.

La religiosa, la tía de un asesinado y los hermanos de un hombre ultimado en el estado de Hidalgo fueron integrantes de una inmensa y larga caminata este 8 de mayo en la capital de México. Cientos de miles de personas tomaron las calles, las avenidas y las carreteras para una sola demanda: que no se derrame más sangre en el país.

Al menos 70,000 personas llenaron totalmente la plaza principal de la capital, tras caminar durante ocho horas por la ciudad; ahí su convocante, el poeta y escritor Javier Sicilia, pidió la renuncia del secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna; y retó a los partidos políticos a "limpiar su prestigio" antes de pedir un voto.

Sicilia llamó a los actores responsables de que en México se viva un estado de emergencia nacional; pidió que cambien su estrategia contra el crimen y escuchen lo que llamó testimonios de los horrores que viven las mexicanas y los mexicanos comunes.

La protesta estuvo nutrida por miles y miles de jóvenes que dijeron ya basta de sangre. Menudearon las pancartas con denuncias específicas, con reclamos y un rechazo absoluto a que continúe la violencia y que ésta se combata con más violencia: la institucional.
Pacto civil y plazos al gobierno
La estela de oprobios es larga y pesada. El 5 de junio de 2009, 35 niños murieron dentro de una guardería en la ciudad de Hermosillo, Sonora, por un incendio que reveló la falta total de seguridad en el espacio, y todavía no hay culpables.

Quizá por eso se asignó a Patricia Duarte, una de las madres y constructoras de lo que se conoce como Movimiento 5 de Junio, para leer el acuerdo de los marchistas que propuso a la multitud un pacto civil, bajo el compromiso de contribuir a reordenar al país. Duarte anunció que el 10 de junio próximo todos los asistentes serán nuevamente citados al Zócalo, para comprobar si alguna autoridad responde.

Dijo que ese pacto civil tenderá a buscar los caminos para reconstruir el tejido social, el reordenamiento de las instituciones y el cese de la violencia como medida para acabar con el crimen organizado. Un pacto entre las y los mexicanos para vigilar si hay alguna actitud en el gobierno que "nos aliente" al cambio, que fije fechas y peticiones concretas al gobierno federal, a los locales, al Congreso de la nación, a los dirigentes de los partidos políticos, a las autoridades judiciales de todo el país, para que frenen el baño de sangre que está hundiendo a México.

Un pacto para pedir y vigilar que, de una vez por todas, se investigue el lavado de dinero y se reconstruya el sistema educativo nacional para salvar a las y los jóvenes.

La propuesta de pacto analiza, establece y señala que el fondo del problema es la pobreza y la desigualdad; el debilitamiento de las instituciones nacionales y la incapacidad gubernamental para perseguir el delito e identificar a los criminales. También pide que se reconozca y castigue la corrupción y la complicidad de autoridades a todos los niveles del Estado y el gobierno. No podía seguir hablando Patricia Duarte. La multitud pedía la renuncia de Felipe Calderón, presidente de la república. Los coros eran inacabables, que "se vaya", gritaba la gente.

Sicilia, el último orador de esos 72 ciudadanos y ciudadanas que hablaron de sus casos particulares y de la injusticia que viven, pidió que el movimiento que él impulsa se dirija a sus objetivos: colocar a la clase política y a los poderes ante una disyuntiva: o hay cambios radicales en México o "no aceptaremos más una elección", y al mismo tiempo dijo que no era un movimiento revanchista, que no se puede combatir la injusticia con violencia, como tampoco se puede combatir la violencia con más violencia, como ha sucedido en los últimos cuatro años y medio en México.

La multitud que caminó desde las 8:30 de la mañana y llegó a la plancha del Zócalo a las 16:30, se fue yendo, lentamente, por las calles del centro de la ciudad, con banderas, globos blancos, con sus carteles hechos a mano o sus proclamas pintadas profesionalmente, con todos los colores, pidiendo paz con justicia y dignidad.


Nuevo pacto o fractura nacional
Javier Sicilia*
Hemos llegado a pie, como lo hicieron los antiguos mexicanos, hasta este sitio en donde ellos por vez primera contemplaron el lago, el águila, la serpiente, el nopal y la piedra, ese emblema que fundó a la nación y que ha acompañado a los pueblos de México a lo largo de los siglos. Hemos llegado hasta esta esquina donde alguna vez habitó Tenochtitlán −a esta esquina donde el Estado y la Iglesia se asientan sobre los basamentos de un pasado rico en enseñanzas y donde los caminos se encuentran y se bifurcan−; hemos llegado aquí para volver a hacer visibles las raíces de nuestra nación, para que su desnudez, que acompañan la desnudez de la palabra, que es el silencio, y la dolorosa desnudez de nuestros muertos, nos ayuden a alumbrar el camino.

Si hemos caminado y hemos llegado así, en silencio, es porque nuestro dolor es tan grande y tan profundo, y el horror del que proviene tan inmenso, que ya no tienen palabras con qué decirse. Es también porque a través de ese silencio nos decimos, y les decimos a quienes tienen la responsabilidad de la seguridad de este país, que no queremos un muerto más a causa de esta confusión creciente que sólo busca asfixiarnos, como asfixiaron el aliento y la vida de mi hijo Juan Francisco, de Luis Antonio, de Julio César, de Gabo, de María del Socorro, del comandante Jaime y de tantos miles de hombres, mujeres, niños y ancianos asesinados con un desprecio y una vileza que pertenecen a mundos que no son ni serán nunca los nuestros; estamos aquí para decirnos y decirles que este dolor del alma en los cuerpos no lo convertiremos en odio ni en más violencia, sino en una palanca que nos ayude a restaurar el amor, la paz, la justicia, la dignidad y la balbuciente democracia que estamos perdiendo; para decirnos y decirles que aún creemos que es posible que la nación vuelva a renacer y a salir de sus ruinas, para mostrarles a los señores de la muerte que estamos de pie y que no cejaremos de defender la vida de todos los hijos y las hijas de este país, que aún creemos que es posible rescatar y reconstruir el tejido social de nuestros pueblos, barrios y ciudades.

Si no hacemos esto solamente podremos heredar a nuestros muchachos, a nuestras muchachas y a nuestros niños una casa llena de desamparo, de temor, de indolencia, de cinismo, de brutalidad y engaño, donde reinan los señores de la muerte, de la ambición, del poder desmedido y de la complacencia y la complicidad con el crimen.

Todos los días escuchamos historias terribles que nos hieren y nos hacen preguntarnos: ¿Cuándo y en dónde perdimos nuestra dignidad? Los claroscuros se entremezclan a lo largo del tiempo para advertirnos que esta casa donde habita el horror no es la de nuestros padres, pero sí lo es; no es el México de nuestros maestros, pero sí lo es; no es el de aquellos que ofrecieron lo mejor de sus vidas para construir un país más justo y democrático, pero sí lo es; esta casa donde habita el horror no es el México de Salvador Nava, de Heberto Castillo, de Manuel Clouthier, de los hombres y mujeres de las montañas del sur −de esos pueblos mayas que engarzan su palabra a la nación− y de tantos otros que nos han recordado la dignidad, pero sí lo es; no es el de los hombres y mujeres que cada amanecer se levantan para ir a trabajar y con honestidad sostenerse y sostener a sus familias, pero sí lo es; no es el de los poetas, de los músicos, de los pintores, de los bailarines, de todos los artistas que nos revelan el corazón del ser humano y nos conmueven y nos unen, pero sí lo es. Nuestro México, nuestra casa, está rodeada de grandezas, pero también de grietas y de abismos que al expandirse por descuido, complacencia y complicidad nos han conducido a esta espantosa desolación.

Son esas grietas, esas heridas abiertas, y no las grandezas de nuestra casa, las que también nos han obligado a caminar hasta aquí, entrelazando nuestro silencio con nuestros dolores, para decirles directamente a la cara que tienen que aprender a mirar y a escuchar, que deben nombrar a todos nuestros muertos −a esos que la maldad del crimen ha asesinado de tres maneras: privándolos de la vida, criminalizándolos y enterrándolos en las fosas comunes de un silencio ominoso que no es el nuestro−; para decirles que con nuestra presencia estamos nombrando esta infame realidad que ustedes, la clase política, los llamados poderes fácticos y sus siniestros monopolios, las jerarquías de los poderes económicos y religiosos, los gobiernos y las fuerzas policiacas han negado y quieren continuar negando. Una realidad que los criminales, en su demencia, buscan imponernos aliados con las omisiones de los que detentan alguna forma de poder.

Queremos afirmar aquí que no aceptaremos más una elección si antes los partidos políticos no limpian sus filas de esos que, enmascarados en la legalidad, están coludidos con el crimen y tienen al Estado maniatado y cooptado al usar los instrumentos de éste para erosionar las mismas esperanzas de cambio de los ciudadanos. O ¿dónde estaban los partidos, los alcaldes, los gobernadores, las autoridades federales, el Ejército, la Armada, las iglesias, los congresos, los empresarios; dónde estábamos todos cuando los caminos y carreteras que llevan a Tamaulipas se convirtieron en trampas mortales para hombres y mujeres indefensos, para nuestros hermanos migrantes de Centroamérica? ¿Por qué nuestras autoridades y los partidos han aceptado que en Morelos y en muchos estados de la república gobernadores señalados públicamente como cómplices del crimen organizado permanezcan impunes y continúen en las filas de los partidos y a veces en puestos de gobierno? ¿Por qué se permitió que diputados del Congreso de la Unión se organizaran para ocultar a un prófugo de la justicia, acusado de tener vínculos con el crimen organizado y lo introdujeron al recinto que debería ser el más honorable de la patria porque en él reside la representación plural del pueblo y terminaran dándole fuero y después aceptando su realidad criminal en dos vergonzosos sainetes? ¿Por qué se permitió al presidente de la república y por qué decidió éste lanzar al Ejército a las calles en una guerra absurda que nos ha costado 40 mil víctimas y millones de mexicanos abandonados al miedo y a la incertidumbre? ¿Por qué se trató de hacer pasar, a espaldas de la ciudadanía, una ley de seguridad que exige hoy, más que nunca una amplia reflexión, discusión y consenso ciudadano?

La Ley de Seguridad Nacional no puede reducirse a un asunto militar. Asumida así es y será siempre un absurdo. La ciudadanía no tiene por qué seguir pagando el costo de la inercia e inoperancia del Congreso y sus tiempos convertido en chantaje administrativo y banal cálculo político. ¿Por qué los partidos enajenan su visión, impiden la reforma política y bloquean los instrumentos legales que permitan a la ciudadanía una representación digna y eficiente que controle todo tipo de abusos? ¿Por qué en ella no se ha incluido la revocación del mandato ni el plebiscito?

Estos casos −hay cientos de la misma o de mayor gravedad− ponen en evidencia que los partidos políticos, el PAN, el PRI, el PRD, el PT, Convergencia, Nueva Alianza, el Panal, el Verde, se han convertido en una partidocracia de cuyas filas emanan los dirigentes de la nación. En todos ellos hay vínculos con el crimen y sus mafias a lo largo y ancho de la nación. Sin una limpieza honorable de sus filas y un compromiso total con la ética política, los ciudadanos tendremos que preguntarnos en las próximas elecciones ¿por qué cártel y por qué poder fáctico tendremos que votar? ¿No se dan cuenta de que con ello están horadando y humillando lo más sagrado de nuestras instituciones republicanas, que están destruyendo la voluntad popular que mal que bien los llevó a donde hoy se encuentran?

Los partidos políticos debilitan nuestras instituciones republicanas, las vuelven vulnerables ante el crimen organizado y sumisas ante los grandes monopolios; hacen de la impunidad un modus vivendi y convierten a la ciudadanía en rehén de la violencia imperante.

Ante el avance del hampa vinculada con el narcotráfico, el Poder Ejecutivo asume, junto con la mayoría de la mal llamada clase política, que hay sólo dos formas de enfrentar esa amenaza: administrándola ilegalmente como solía hacerse y se hace en muchos lugares o haciéndole la guerra con el Ejército en las calles como sucede hoy. Se ignora que la droga es un fenómeno histórico que, descontextualizado del mundo religioso al que servía, y sometido ahora al mercado y sus consumos, debió y debe ser tratado como un problema de sociología urbana y de salud pública, y no como un asunto criminal que debe enfrentarse con la violencia. Con ello se suma más sufrimiento a una sociedad donde se exalta el éxito, el dinero y el poder como premisas absolutas que deben conquistarse por cualquier medio y a cualquier precio.

Este clima ha sido tierra fértil para el crimen que se ha convertido en cobros de piso, secuestros, robos, tráfico de personas y en complejas empresas para delinquir y apropiarse del absurdo modelo económico de tener siempre más a costa de todos.

A esto, ya de por sí terrible, se agrega la política norteamericana. Su mercado millonario del consumo de la droga, sus bancos y empresas que lavan dinero, con la complicidad de los nuestros, y su industria armamentista −más letal, por contundente y expansiva, que las drogas−, cuyas armas llegan a nuestras tierras, no sólo fortalecen el crecimiento de los grupos criminales, sino que también los proveen de una capacidad inmensa de muerte. Estados Unidos ha diseñado una política de seguridad cuya lógica responde fundamentalmente a sus intereses globales donde México ha quedado atrapado.

¿Cómo reestructurar esta realidad que nos ha puesto en un estado de emergencia nacional? Es un desafío más que complejo. Pero México no puede seguir simplificándolo y menos permitir que esto ahonde más sus divisiones internas y nos fracture hasta hacer casi inaudibles el latido de nuestros corazones que es el latido de la nación. Por eso les decimos que es urgente que los ciudadanos, los gobiernos de los tres órdenes, los partidos políticos, los campesinos, los obreros, los indios, los académicos, los intelectuales, los artistas, las iglesias, los empresarios, las organizaciones civiles, hagamos un pacto, es decir, un compromiso fundamental de paz con justicia y dignidad, que le permita a la nación rehacer su suelo, un pacto en el que reconozcamos y asumamos nuestras diversas responsabilidades, un pacto que le permita a nuestros muchachos, a nuestras muchachas y a nuestros niños recuperar su presente y su futuro, para que dejen de ser las víctimas de esta guerra o el ejército de reserva de la delincuencia.

Por ello, es necesario que todos los gobernantes y las fuerzas políticas de este país se den cuenta que están perdiendo la representación de la nación que emana del pueblo, es decir, de los ciudadanos como los que hoy estamos reunidos en el Zócalo de la ciudad de México y en otras ciudades del país.

Si no lo hacen, y se empeñan en su ceguera, no sólo las instituciones quedarán vacías de sentido y de dignidad, sino que las elecciones de 2012 serán las de la ignominia, una ignominia que hará más profundas las fosas en donde, como en Tamaulipas y Durango, están enterrando la vida del país.

Estamos, pues, ante una encrucijada sin salidas fáciles, porque el suelo en el que una nación florece y el tejido en el que su alma se expresa están deshechos. Por ello, el pacto al que convocamos después de recoger muchas propuestas de la sociedad civil, y que en unos momentos leerá Olga Reyes, que ha sufrido el asesinato de seis familiares, es un pacto que contiene seis puntos fundamentales que permitirán a la sociedad civil hacer un seguimiento puntual de su cumplimiento y, en el caso de traicionarse, penalizar a quienes sean responsables de esas traiciones; un pacto que se firmará en el centro de Ciudad Juárez −el rostro más visible de la destrucción nacional− de cara a los nombres de nuestros muertos y lleno de un profundo sentido de lo que una paz digna significa.

Antes de darlo a conocer, hagamos un silencio más de cinco minutos en memoria de nuestros muertos, de la sociedad cercada por la delincuencia y un Estado omiso, y como una señal de la unidad y de la dignidad de nuestros corazones que llama a todos a refundar la nación. Hagámoslo así porque el silencio es el lugar en donde se recoge y brota la palabra verdadera, es la hondura profunda del sentido, es lo que nos hermana en medio de nuestros dolores, es esa tierra interior y común que nadie tiene en propiedad y de la que, si sabemos escuchar, puede nacer la palabra que nos permita decir otra vez con dignidad y una paz justa el nombre de nuestra casa: México.
*Discurso leído el 8 de mayo y difundido por Nueva Conciencia Mexicana, integrante del Movimiento Contra la Violencia en México Javier Sicilia.

La importancia de García Luna


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