Muerte en el Barranco de las Brujas



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SIREN NO DURMIÓ BIEN; se revolvió en la cama hasta que la habitación se inundó de sol; sus sueños estaban cargados del aullido del lince, de incendios, de asesinatos y de otros vestigios desagradables de terror. Como la imagen de Max, tendido en el suelo del cuarto de estar, desangrándose poco a poco. El olor cobrizo a muerte en las manos de ella.

El reloj digital de su mesilla anunció un nuevo día con campanadas melodiosas. A ella le dieron ganas de tirarlo al suelo y de pisotearlo. Subió hasta la habitación el olor agradable a panceta frita. Pensó en Tanner, y sonrió. Todavía le debía aquel beso. Y en el grito. Habían buscado por todas partes, hasta al pie del barranco. Nada.

Se dio una ducha caliente y se puso unos vaqueros y un suéter amarillo, después se cepilló la larga cabellera, que tenía increíblemente enredada y revuelta. Buscó en el fondo del cajón de su escritorio las hojas de papel heterogéneas que iban dirigidas a Tanner, las metió cuidadosamente en el sobre y se lo guardó en el bolsillo. Al pasar la vista por la mesa de tocador vio la bolsa amuleto de Nana, que había dejado allí el día anterior. La tomó, apretándola bajo su nariz para captar su fragancia de hierbas. Respiró hondo y sintió un momento de paz interior. Se la guardó en el otro bolsillo y bajó las escaleras de dos en dos. Después, se detuvo. El tío Jess hablaba por teléfono desde el despacho de Siren.

-Soy yo -dijo el tío Jess por fin-. Lo siento, pero no puedo seguir adelante con esto.

Una pausa.

-Ya sé que lo prometí, pero tengo que vivir mi vida. Los planes han cambiado. Tendrás que conseguirte a otro.

Silencio, mientras el tío Jess escuchaba una larga respuesta.

-Mira, he perdido mi casa y casi he perdido la vida. Soy viejo. Ya no puedo soportar muchas más sorpresas. ¡Eso me importa un rábano! -dijo, levantando la voz-. He tomado mi decisión. ¡Quiero salir de esto!

Colgó el aparato dando un golpe fuerte.

Siren volvió a subir las escras corriendo. El corazón le latía conn fuerza.Ya no cabía duda. El tío Jess se traía algo entre manos. Tardó varios minutos en recobrar la compostura. Después intentó bajar a la cocina con expresion neutra.

-¡Buenos días, nena! -dijo el tío Jess dando la vuelta a una tortita hábilmente, tirándola al aire y recogiéndola de nuevo con la sartén.

Siren olfateó el aroma con agrado.

-¿Estás cocinando para todo un ejército?

-Depende de si quieres reclutarlo tú o no –dijo él rehuyendo su mirada. Puso sobre la mesa un plato lleno a rebosar de tortitas y panceta-. Adelante. Se va a enfriar -le dijo, tirando hacia ella un tenedor.

El tío Jess tomó su propio plato de junto al fogón y se sentó al extremo de la mesa.

-Ya se que lo único que te preocupa es mi bien –dijo.

Siren parpadeó. Era lo más parecido a una disculpa que era de dar el tío Jess. Terminó de comerse las tortitas y empezó con la panceta, sin estar segura de cómo debía responder.

-Jess -dijo por fin-, ¿te parece que podrías guardar en el cobertizo esa horca durante unos días? Ya sé que es una especie de símbolo tuyo pero no quiero que nadie diga ahora que eres violento ni que estás loco. No quiero darles argumentos.

-La he llevado encima más de treinta años, y, si no me equivoco a ti te ha hecho falta.

-Eso fue distinto. Me estaba defendiendo.

Él no hizo ningún comentario.

-Lo digo en serio.Tu hijo es muy capaz de inventarse cuentos y hacer que sus amigos corruptos le sirvan de testigos. Estate tranquilo una temporada. Más te vale que Tanner no cuente a nadie tu conducta de la otra noche.

-No me preocupa -dijo él, evitando su mirada.

A Siren no le gustó aquello. Gemma debía de estar detrás de todo eso, ella lo notaba.

-¿Ni por unos días?

-No -dijo él, sin dejar de masticar regularmente.

Siren se recostó en su silla y se limpió la boca con una servilleta.

-¿No estás dispuesto a pensártelo mejor?

Él terminó de comerse una loncha de panceta y se secó los dedos en el peto de sus vaqueros.

-Yo estuve en el regimiento 106, en la batalla del Bulge, durante la Segunda Guerra Mundial. Faltaban nueve días para la Navidad, y los alemanes se creyeron que podrían deslizarse por el bosque de Arden y aplastarnos. A las cuatro y media de la tarde ya era noche cerrada, y la temperatura caía a dieciocho bajo cero por la noche.Yo estaba metido en un pozo de tirador. La niebla era implacable, como una hechicera que arrojara su aliento sobre la tierra. ¡Si pude salir de aquello, nena, podré salir de esto! No necesito que me ayude una niña... ¿Qué miras?

Siren se asió con fuerza a los bordes de la mesa. Le daba vueltas la cabeza. La invadía la oscuridad, y sentía que el cuerpo le daba bandazos.

-Esos lamentos... esos gritos... esos chillidos -susurró-. ¡Es terrible! ¿Qué son esas cosas que aúllan? Esos destellos... ¿qué son?

Tembló, viendo dentro de su cabeza los horrores de la guerra. ¿Cómo podía ser?

El tío Jess la miró de una manera rara.

-¿Lo dices por los mimis chíllones? Eran unos cohetes tremendos, horribles, que nos tiraban los alemanes. Aullaban como animales del demonio cuando iban por el aire. ¿Cómo los conoces tú?

Siren sacudió la cabeza, para liberarse del túnel del tiempo mental y oscuro en el que había entrado, más que para responderle a él. No se lo quitaba de encima. Aterrorizada, dijo:

-¡Deja de pensar en eso! ¡Dejalo ya!

-Claro… desde luego.

El tío Jess tomó su plato y lo metió en la pila, y después salió por la puerta trasera mirándola furtivamente de un modo raro.

-Bruja –murmuró-. Igual que ella. Me voy de paseo. – añadió, escupiendo al exterior por la puerta trasera.

Siren supo entonces que el tío Jess conservaba sentimientos de culpa desde aquella época. No porque hubiera hecho nada malo, sino porque había salido sin un solo rasguño externo. Supo en ese instante que había habido más de 50.000 heridos y más de 10.000 muertos. Estos datos salían del cerebro de él, no del de ella. Ella supo que aquello pasó en 1944, el mismo año en que se grabó la canción Navidades blancas. Supo que había sido el general Patton quien los había rescatdo por fin, el día después de Navidad, y que la lucha había continuado hasta casi el fin del mes de enero de 1945. Supo… sintió... y murió un poco por dentro, mientras unos temblores le subían y le bajaban por los brazos. Lo más importante era que Siren comprendió entonces por qué parecía el tío Jess distante y poco cariñoso cuando estaba de malas, hosco cuando estaba de buenas. Por encima de todo se había convertido en un superviviente.

Pensaba e sus hijos eran poca cosa comparados con el recuerdo de un ataque alemán.

Siren s abía que, detrás de ellos estaba Gemma, que era tn mala como un tanque Tiger.

Siren asomó la nariz fuera de la casa y concluyó que había un frío en el aire que no le agradaba nada. Las nubes horizontales, plomizas, que estaban suspendidas sobre el monte de la Cabeza de la Vieja desvaían todos los perfiles. Recordó el cuento de fantasmas de Tanner y observó el aspecto de encantamiento oscuro que tenía la montaña.

-¿Jess? -dijo en voz alta llamándolo; pero se había marchado.

Siguió pensando en Tanner Thorn. Este también debía de tener propios relatos de guerra. ¿Cómo sería un hombre capaz de jugarse el cuello por un desconocido? Pensó en el grito que habían oído la noche anterior. Tanner había querido investigar inmediatamente. Ella se había retraído, pensando en su propia seguridad. ¿Era ella siempre así? No estaba segura. ¿Cómo sería un hombre capaz de entrar valientemente en un edificio en llamas porque sentía que tenía la responsabilidad personal de hacerlo? En Nueva York, Siren había visto a bomberos marcados, que vomitaban, que se desmayaban, que echaban hollín por las narices, e incluso que se morían. Se ocupaban de las personas, no solo en caso de guerra o de desastre, sino siempre, a cada momento. Para ella habían pasado a formar parte del paisaje, de la madriguera incestuosa de la gran ciudad. Eran soldados que no mataban nunca.

Ella no podía decir otro tanto de sí misma.

Siren entró en su despacho, descolgó el teléfono y pulsó el botón de repetir llamada, pensando que así podría descubrir con quién había estado hablando Jess. Dejó sonar el teléfono varios minutos, pero no contestó nadie.

Maldita sea.

-¿SALES?

Siren volvió la cabeza.

-¿Siempre tienes que acercarte a mí sigilosamente, de esta manera? -dijo, ciñéndose el chal gris a los hombros-. Además, ya no me hablo contigo.

Billy estaba de pie en el porche delantero de la casa, con las manos a la espalda; un viento frío le agitaba los pantalones del uniforme sobre las piernas mientras intentaba clavar los ojos oscuros en los de Siren.

-Mira, siento mucho lo de la otra noche.

Siren se apoyó en el poste del porche cruzando los brazos sobre el pecho, con los músculos de la cara tensos. El poste crujió amenazadoramente.

-He oído contar que tuviste que pasarte por el hospital.

A Billy se le enrojeció el rostro bajo el sombrero Stetson marrón. Sacó poco a poco una docena de rosas rojas que tenía ocultas a la espalda y se las entregó.

-¿Hacemos las paces?

-Desde luego que no -dijo ella, devolviéndole las rosas.

-¿Podemos hablar dentro de la casa? Aquí empieza a hacer frío.

-Salgo a hacer una visita,

-¿Ah, sí? ¿A quién? -preguntó él, levantando las cejas oscuras.

-Siempre policía, ¿verdad? Dónde voy y a quién voy a ver es asunto mío.

-Lo de la otra noche... tuve mis motivos.

Billy intentó rascarse la pierna discretamente, y Siren recordó lo que le había contado Nana Loretta.

-¿Para dejarme tirada y marcharte a un bar? ¿Te crees que me voy a tragar algún cuento sobre "el cumplimiento del deber"? ¿Qué clase de sinvergüenza eres tú?

-No lo entenderías.

-Vamos a verlo.

Él apartó la mirada de ella, como considerando qué proporción de la verdad debía contarle, si es que le contaba algo. Le cambió ligeramente la expresión, como si hubiera tomado una decisión.

-Me serví de ti para un plan.

Siren sintió que se le abrían mucho los ojos mientras adelantaba la cabeza en un gesto de incredulidad.

-¿Que te serviste de mí para un plan? ¿Para qué plan?

Él cruzó los brazos sobre el pecho. El viento sacudía las rosas sobre su insignia.

-Dennis y yo...

-¿Dennis? ¿Dennis Platt?

-Sí, bueno, fue idea de él. Quería recuperar el buen nombre en la comisaría. Ya sé que aquello era absolutamente ilegal, pero los policías tenemos que ser leales los unos con los otros. Al fin y al cabo, ha sido mi compañero durante dos años. En todo caso él... quiero decir, nosotros... te usamos como una especie de cebo.

-¿De cebo? -repitió ella, sintiéndose como un loro.

-Dennis pensó que si te dejábamos suelta, ese Ethan Files podía salir a buscarte.

-¿Por qué a mí?

-Tenemos pruebas que relacionan a Ethan files con la mujer que encontramos en el contenedor y con la muerte del chapero de Whiskey Springs. Creemos... quiero decir, Dennis cree que Ethan te persigue. La idea era atrapar a Ethan antes de que este te alcanzara a ti. Dennis te ha estado vigilando.

Siren sintió que se le abría la boca y que el estómago le caía en picado. Su sorpresa se convirtió en ira.

-¿Dennis, vigilándome? Eso es absurdo. Me dejaste tirada en la calle. ¿Cómo fuiste capaz de hacerme eso? Y yo que creía que eras un tipo recto, el policía ejemplar y todo eso.

Él bajó la vista hacia el suelo del porche, rascándose el brazo. El envoltorio de papel de las rosas crujió con el movimiento.

-Dennis ha estado cuidando de ti a distancia. Te aseguro que no has corrido nunca ningún peligro.

-Mentira.

-Para ser franco contigo, yo no creo que la teoría de Dennis sea correcta. A mí no me parece acertada; pero Dennis está convencido de que Ethan anda al acecho. No comprendemos qué relación pudo tener Ethan con la mujer del contenedor, porque no hemos podido identificarla. Sabemos que intentó atropellarte a propósito.

Siren levantó la mano.

-Espera. ¿De modo que Dennis cambia de pronto de opinión y adopta la postura radicalmente opuesta, y organiza una especie de emboscada? Aquí hay algo que no encaja. Yo creía que Dennis estaba suspendido de empleo.

-Lo estaba. Afirma que todo formaba parte de su plan.

Siren levantó los ojos al cielo.

-Esto no tiene sentido. ¿Por qué iba a querer matarme Ethan Files, una persona a la que yo no conocía de nada antes del accidente?

-Encontramos en la guantera de su vehículo una foto tuya, además de varios recortes de prensa sobre tu juicio. Su mujer ha reconocido que hablaba mucho de ti y que opinaba que no te deberían haber absuelto, que alguien debía hacer algo al respecto. Creemos que intentó atropellarte a propósito, en plan justiciero o algo así.

Siren se quedó inmóvil, intentando asimilar esta información.Volvió a tener la sensación intensa de que la verdad estaba tan deformaba que resultaba irreconocible. Además, ¿y sus sueños? Todo aquello no encajaba. Dio unas pataditas en el suelo, distraídamente.

-Si os estabais sirviendo de mí como cebo, ¿por qué estabas en el bar, en vez de estar velando por rni seguridad?

Billy movió los pies, incómodo.

-Esa parte fue idea de Dennis. Dijo que le habían dado el soplo de que Benita Prescott estaba liada con Ethan Files.

-¿Benita Prescott? ¿La camarera del Maybell?

Él asintió con la cabeza.

-En todo caso, Dennis dijo que él cuidaría de ti, mientras yo procuraba... esto... ablandar a Benita. Ver si podía sacarle algo.

-¿Y conseguiste tu objetivo? -le preguntó Siren, levantando una ceja. Se acordó de la hiedra venenosa, pero no dijo nada.

-Esto, no. Tuvimos un visitante inesperado -dijo él. Le dio la espalda y miró hacia la montaña-. En esencia, todo se fue a la alcantarilla, en más de un sentido.

Se rascó la pierna, nervioso.

-Si no hubiera sido por Nana Loretta, podrían haberme suspendido de empleo. Me salvó el pellejo, en cierto sentido -dijo, rascándose el brazo. Volvió a entregarle las rosas. El envoltorio crujió, y una única espina atravesó el papel y pinchó a Siren en el dedo.

-Vaya manera de hacer las paces -dijo Siren, apartando el dedo y mirando la gota de sangre que se le iba formando.

De sangre marcada.

El viento suspiró a lo largo del porche.

Siren respiró hondo, pensando en voz alta mientras se le acumulaba en miedo en el vientre.

-Puede que me esté siguiendo Ethan Files. He recibido unas llamadas telefónicas extrañas, y hace algunas noches había gente en el patio. El tío Jess los ahuyentó. Cree que eran dos borrachos del pueblo.

-¿Dos personas, has dicho?

-Eso es.

Hizo una pausa; pero aquello no coincidía con sus sueños, ni con la aparición del vendedor de globos en la feria. Estudió un momento la cara atractiva de Billy.

-De modo que Dennis te habrá hablado del todo terreno deportivo que me siguió. Dennis debía de ir en el otro coche. ¿Cree que era Ethan Files el que conducía el todo terreno deportivo?

Billy se quedó inmóvil.

-No te entiendo.

Siren le explicó con paciencia la experiencia terrible que había tenido en la carretera hacía varias noches, y cómo había acudido Tanner a rescatarla. Mientras hablaba, Billy se fue poniendo pálido; después, se le endureció el gesto y bajó levemente los párpados.

Se volvió y se puso a caminar apresuradamente hacia su vehículo.

-Gracias por las flores -dijo ella, viéndole cruzar el patio con paso rígido-. Creo.

"Todavía me debes algo", murmuró.

Él se volvió hacia ella mientras subía al coche patrulla negro y dorado de la policía Regional de Webster.

-Siren...

-¿Qué?


-Mientras yo me entero de qué pasa... ándate con cuidado.

LA VIVIENDA de Nana Loretta era una mezcla de cabaña y casita de campo, y estaba apartada a cuatrocientos metros de la carretera, hacia la mitad de la ladera del monte de la Cabeza de la Bruja. Aunque el otoño había sido seco, en las jardineras de las ventanas y del porche había hileras de flores tan grandes como tortas. Siren se enamoró al instante del porche ancho de la casa y del amplio jardín que tenía en la parte delantera. Dejó el coche tras el jeep de Nana y subió por los firmes escalones de madera, advirtiendo que la barandilla del porche era nueva: su madera fresca resaltaba a la luz apagada de la mañana. Llevándose a la otra mano la cesta que iba a devolver a Nana y ajustándose el bolso que le colgaba del hombro, Siren llamó varias veces a puerta, pero no respondió nadie. Desde el porche contemplaba una vista imponente del valle que se extendía más abajo. Se iban juntando en el horizonte nubes arremolinadas de color de ébano: habría una tormenta dentro de una hora, o de dos, según cómo soplara el viento.

-¿Nana Loretta? -dijo Siren, golpeando la puerta con más fuerza-. Nana, ¿estás en casa?

La puerta se abrió con un crujido. Siren esperaba ver la cara sonriente de Nana, pero nadie se asomó a mirarla desde detro de la puerta. El fuego de la chimenea jugueteaba y tiraba punzadas a los ladrillos ennegrecidos. En una mecedora que estaba junto a la chimenea había un marco de hacer punto de aguja de tamaño adecuado para tenerlo en el regazo, con una colcha voluminosa que caía hasta el suelo. Junto a la mecedora había una mesa redonda preciosa, con la superficie de mármol, aparentemente. Una lámpara de petróleo grande, cuyo depósito estaba lleno de combustible rojo, ardía suavemente y arrojaba un brillo cálido sobre la mesa y sobre la colcha. Siren volvió a llamar sin recibir respuesta.

Entró por la puerta, indecisa. No le gustaba la idea de rondar por la casa de alguien sin que la hubieran invitado; pero un temor remoto se asomó a los bordes de su mente. ¿Y si Nana se había puesto enferma, o había tenido una caída? Siren supuso que Nana tenía ochenta años por lo menos, quizá más. Allí sola, en el monte, podía haberle pasado cualquier cosa.

Siren volvió la cabeza hacia un lado con la esperanza de captar el sonido de la respiración de Nana, o un movimiento de alguna clase. Nada. Le llegó a la nariz el olor apetitoso de la salsa de calabaza. Cuando entró en la habitación principal, le llamó la atención una mesita que estaba junto a la ventana opuesta. Se parecía a los altares wiccanos que había visto ella en Nueva York. Había encima velas encendidas, plumas de todos los colores naturales, cuencos, algunos jirones de tela blanca y cintas roja blancas y negras. Siren se acercó, intentando distinguir el objeto pequeño que había en el centro. Cuando llegó junto al altar, le sorprendió ver una piedra plana y lisa, un guijarro de río del tamaño de su dedo índice, cuya superficie tenía pintada toscamente la figura de una anciana.

-¿Siempre andas con tanto silencio?

Siren se volvió, con el corazón en la garganta.

-¡Tanner! ¿Qué haces tú aquí?

Tanner estaba apoyado en una puerta que Siren supuso que sería la de la cocina; su pelo largo reflejaba la luz de la lumbre en sus mechones relucientes. Nana estaba un poco más atrás de él, con una sonrisa suave en la cara.

-No tiene importancia -dijo Nana a Tanner, pasando delante de él. Aquel día llevaba una gruesa rebeca blanca con pequeñas calabazas y enredaderas que le pasaban por los ojales.

-Te he traído tus cosas -dijo Siren, entregando la cesta Nana, que se la pasó a su vez a Tanner.

-Siéntate un rato y descansa -dijo Nana, señalándole e sofa-. Tanner y yo estábamos charlando, ¿verdad?

A Siren le pareció como si los dos se dijeran algo sin hablar. Tanner asintió; sus ojos plateados no dejaban relajarse a Siren. Esta se sentó en el sofá, hundiéndose entre las capas suaves de paño fragante. Dejó el bolso ante sus pies. Nana se sentó su lado. Tanner se quedó en la puerta.

-Tanner, ¿por qué no guardas esa cesta y me miras cómo están esas tartas? Pronto estarán listas para salir del horno.

Tanner titubeó, pero dijo "claro" y se metió en la cocina.

Nana cruzó las manos sobre su falda marrón.

-Bueno, veo que has encontrado la casa sin problemas. Llegas a tiempo de comer tarta de calabaza caliente.

Siren sonrió, echó una mirada hacia la puerta de la cocina y volvió a mirar después a Nana Loretta.

-Entonces -dijo Nana, volviéndose a Siren con aire de intimidad-, ¿has venido solo a dejar la cesta, o tenías algo más en la cabeza?

Aunque Siren quería hablar con Nana, la presencia de Tanner le había quitado las ganas de conversar. Se oyó un golpe fuerte y una palabrota corta, pronunciada entre dientes, que llegaron entre el aroma fuerte de las tartas. Siren hizo ademán de levantarse.

-La verdad es que debo marcharme.

Salió más ruido de la cocina.Tanner asomó la cabeza.

-Ya están todas fuera y enfriándose -anunció.

Siren observó que tenía puesto el abrigo, y se preguntó si a marcharse ahora que estaba ella allí. Tanner entró en el de estar y dijo:

-Voy a hacer unos recados en Whiskey Springs. ¿Quieres que te traiga algo, Nana?

Nana sonrió, negando con la cabeza.

-¿Volverás a comerte un trozo de tarta, antes de volver al parque de bomberos? -le preguntó.

-Si no hay ningún incendio. Además, tengo que cobrar una deuda -dijo él, mirando fijamente a Siren. Esta sintió que le asomaba el color a las mejillas. Aquella mañana, cuando él la había llevado a su casa, estaba tan cansada que apenas le había dicho dos palabras al bajarse de la moto antes de entrar en la casa.

Tanner le sonrió y se marchó.

-¿Has venido por lo de tus sueños? –le preguntó Nana, acomodándose en el sofa.

-¿Cómo lo sales?

-Me lo contó Tanner -dijo Nana, poniéndose seria.

Siren inspiró vivamente mientras el miedo le saltaba dentro cerebro. ¿Cuánto le habría contado él?

-¿Qué te ha dicho? -le preguntó, con voz tan temblorosa como un montón de gelatina en un terremoto.

-Lo del asesino que has visto varias veces -dijo Nana despacio-. No es nadie que yo conozca. Pero creo que lo he visto en persona la semana pasada, en el mercado. Estaba mirando cuchillos, los grandes, afilados y puntiagudos. ¿Has traído algo que quieres enseñarme?

-Billy Stouffer cree que fue Ethan Files quien mató a la chica y al chapero. Cree que Files quiere matarme a mí.

-¿Pero tú no lo crees?

-No.

Siren observó a Nana. Sentía que había llegado a un punto pasado el cual no podría volverse atrás. O hablaba a aquella mujer con claridad y con sinceridad, o se levantaba y se marchaba. Estaba colgada al borde de un precipicio mental. ¿Se sujetaba, o se soltaba? Extrajo despacio el sobre del bolsillo de sus pantalones vaqueros y enseñó a Nana los pedazos de papel. Sintió al mismo tiempo una sensación de alivio, como si se le hubiera quitado un peso enorme de la nuca y de los hombros. Nana chascó la lengua varias veces.



-Yo diría que esto lo ha escrito Nanette Ballentine, la propietaria del Todo a Cinco y Diez Centavos de Ballentine, ¿la conoces?

-Hace años que no entro allí, pero lo vi la semana pasada cuando visité la tienda de muebles de enfrente -dijo ella.

-Esa Nanette Ballentine ha estado siempre un poco tocado -dijo Nana, dándose unos golpecitos con el dedo en la sién-. Tiene mala reputación. ¿Sabías que en su casa estaba el burdel pueblo, a principios del siglo veinte? Bueno, no, supongo que no lo sabrías. Ese sitio tiene mala energía, te lo juro. La propia Nanette siempre ha sido un poco ligera de cascos, no sé si me entiendes. Juntándose con gente que no le convenía, tratando con inútiles. Cuando yo la conocí, se relacionaba con lo más tirado del pueblo, o con gente que estaba mal de la cabeza, no sé si me entiendes. Si quieres que te diga mi opinión, la culpa era de ella, maldita sea. No tenía ni pizca de sentido común. Sí, no cabe duda de ello -añadió, cerrando los ojos mientras sostenía los papeles en las manos.

-¿Qué haces?

-Psicometría -dijo Nana, entreabriendo ligeramente los ojos-. Tanner lo hace mejor que yo, aunque él no lo quiere reconocer.

Volvió a cerrar los ojos.

-La veo escribeindo esto, a Nanette Ballentine, digo, en el mostrador viejo de la trastienda de su local. Esa chica, Marlene, es una ex prostituta, de pelo castaño, un poco tirando a gruesa. Le faltan dos dientes de delante. Una pena. El otro, Randy, es alto y tiene el pelo negro como el carbón. No es ninguna belleza de hombre: papada gruesa, barriga de bebedor de cerveza. Los dos son alcohólicos.

Siren suspiró.

-Pensaste que él era tu asesino, ¿verdad?

-Aunque no parecía probable -dijo Siren, asintiendo con la cabeza-. Lo más seguro es que no tengan nada que ver en esto -añadió con desilusión-. ¿Ves algo más?

-Inténtalo tú -dijo Nana, devolviendo a Siren el sobre y los papeles.

-¿Yo? No sé hacerlo.

-Cierra los ojos y relájate, nada más. Entra en ese lugar, dentro de ti misma, donde todo está en calma.

Siren cerró los ojos, sujetando los papeles delante de ella tal como había hecho Nana.

-Ahora, deja la mente en blanco y di lo Primero que te venga a la cabeza.

-Asqueroso -dijo Siren, insegura.

-¡Bien! Nanette es una perra asquerosa. Eso lo has captado bien. ¿Ves u oyes algo más? A veces lo que se ve es muy difuso e insuficiente, como si estuvieras mirando a través del culo de una botella verde de Coca-Cola, de las antiguas. Otras veces puede que oigas cosas. Pero todo es muy rápido. Es como un chispazo, y desaparece enseguida.

-Pelirroja.

Siren oyó que Nana se daba una palmada en la rodilla.

-Oye, esto se te da la mar de bien. ¡Lo es! Nanette es pelirroja. Ahora es pelirroja teñida. Sigue.

Siren respiró hondo y dijo:

-Es más bien gordita, tiene más de rechoncha que de pesada. Se preocupa constante de lo que pensarán de ella los demás.

-Excelente –susurró Nana-. Sigue.

-Es la persona más entrometida del pueblo.

-¡Eso es una suposición tuya!

Siren se rio y abrió los ojos.

-Así es.

Nana soltó una risita.

-¿Te parece que puedes sacar algo más?

Siren volvió a cerrar los ojos e intentó enfocarse.

-Organiza una partida de póquer casi todas las noches en la trastienda del local.

-Podría ser –dijo Nana-. He oído rumores.

Siren vio la habitación llena de humo y a muchos hombres mayores. Algunas mujeres jóvenes.

-¿Crees que allí pueden pasr más cosas que las partidas de póquer? ¿Un poco de prostitución, quizá?

-No me sorprendería. ¿Puedes sacar algo más?

Siren negó con la cabeza.

-¿Debo dárselos a Tanner? Al fin y al cabo, iban dirigidos a él.

Nana cogió los papeles y se los metió en el bolsillo de la rebeca.

-Depende de cómo esté de humor -dijo-. Se los guardaré yo.

Siren volvió los ojos oscuros hacia el altar.

-Mis amigos de Nueva York tienen un altar parecido a ese -dijo tímidamente, tocando su broche de figura de gárgola-. ¿Hay muchas por aquí? Brujas, quiero decir.

-Aunque las hubiera, yo no podría decírtelo -dijo Nana-. Por lo menos, de momento.

Siren inclinó hacia atrás la cabeza, miró al techo un momento y después miró a a Nana a los ojos.

-Me parece increíble. Eres auténtica, ¿no es así?

-Sí. Bueno, a veces yo misma me lo pregunto.

Siren se puso a juguetear con los dedos.

-Crees que yo también lo soy. Tanner también lo cree.

Nana observó a Siren un momento.

-En último extremo, eso deberás decirlo tú.

-¿Cómo es ser bruja?

SERATO tenía varias reglas que guardaba a rajatabla: no beber nunca; no presumir nunca; no ir nunca desaliñado a no ser que lo exigiera el disfraz; escuchar con paciencia (para desvelar pocas cosas acerca de sí mismo); tener las mismas ideas religiosas y políticas que su jefe, y nunca,jamás, manifestar su ira en público.

Serato daba la vuelta a las hamburguesas murmurando entre dientes y sabiendo que estaba a punto de quebrantar esta última regla, la de la ira. Aquel trabajo le estaba llevando demasiado tiempo. Sí, tiempo. Ya había llegado casi el momento de hacer que se cumpliera el destino de Siren. La carne frita chisporroteó cuando la apretó con fuerza, mientras veía cuajarse su jugo sobre la plancha. Tenía dos posibilidades: acabar primero con el sucio poli y tener después una cita con Siren, o bien apoderarse primero de ella, como primera prioridad, y freír más tarde al poli. Maldita fiesta de la cosecha. Todavía no tenía noticias del tipo que había empujado por el barranco. Puede que, con tanta actividad en el pueblo, no se hubiera pasado nadie por el barranco. Por una parte era maravilloso: con tanta gente como entraba y salía de las tiendas y de los restaurantes, él llamaba menos la atención cuando se movía por allí; pero, por otra parte, estaba muy ocupado, pues el dueño le suplicaba que hiciera turnos dobles en el trabajo.

Tiró las hamburguesas sobre unos bollos, les echó encima algo de lechuga, llenó los platos de patatas fritas y añadió la vinagreta de eneldo que le habían pedido. Tomó un cuchillo afilado, y vio cómo se fundía sobre su hoja la luz amortiguada de la cocina antes de ponerse a cortar el grueso tomate.

Una camarera rubia que mascaba chicle tomó los platos de debajo del calentador.

-Vamos, Gus, mueve ese culo flaco y moreno. Los de la mesa tres están pidiendo el papeo a gritos.

Él se volvió a mirarla, empuñando todavía el cuchillo.

-Esto, son bromas de las que se dicen en los restaurantes -dijo ella, mirando el cuchillo que tenía él en la mano-. Cuando puedas.

BENITA PRESCOTT se apresuró a servir los platos mientras pensaba que aquel cocinero nuevo, Gus como-se-llamara, era bastante raro. No solía pronunciar más de cinco palabras en todo un turno de trabajo, y ¿acaso era corriente que un cocinero de segunda categoría tuviera los cuchillos más brillantes que la plata de la Casa Blanca?

-LAS BRUJAS son como todo el mundo, supongo -dijo Nana-. Yo lo he sido siempre, así que no sabré responder muy bien a tu pregunta. No somos perfectas; pero, de cuando en cuando, síq ue tenemos ventaja en determinadas circunstancias. Supongo que en estos tiempo modernos, nuestro don mayor es el arte de escuchar; todo lo demás es secundario.

Siren reflexionó sobre esto por un instante; después, dijo:

-Quiero saber más cosas.

Los ojos de Nana se oscurecieron.

-Bueno, tampoco puedo decirte mucho si no prestas juramento.

-¿Qué quieres decir? –preguntó Siren, entrecerrando los ojos-. ¿Cómo una iniciación, o algo así?

-No; es como un despertar.

Siren no respondió.

-¿Sabes? Tiene gracia: Jayne solía llevar sus instrumentos y sus cosas mágicas en una mochila parecida a esa que tienes tú –dijo Nana, señalando con la cabeza el bolso de colgar a la espalda de Siren.

Siren apoyó los codos en las rodillas.

-¿Cómo era Jayne de verdad?

-¡Oh! ¡Hermosa! Alta. Esbelta como un sauce. Con el pelo negro, de cuervo, como el tuyo. Era hielo y era fuego. Se parecía mucho a ti, aunque tenía la piel más clara. La mayoría de las personas la querían; algunas la odiaban.

-En eso no se parece a mí, eso está claro. ¿Sabes? Una de mis clientes me dijo ayer que cada familia del pueblo tiene un relato diferente sobre las brujas de la Cabeza de la Vieja; ella hasta tiene un retrato de ellas.

-¿Lo tiene? -dijo Nana, levantando las cejas blancas-. ¡A mí misma me gustaría verlo!

-Si lo trae, intentaré conseguir una copia -dijo Síren-. Dudo que me deje quedármelo una temporada.

Siren se pasó los dedos por la costura de la pernera de sus pantalones vaqueros.

-¿Estás emparentada con las brujas de la Cabeza de la Vieja, Nana? -le preguntó.

-Sí: somos descendientes de la muchacha que murió primero. De la vigía.

-Al oír el relato, yo me había figurado que esta no había tenido ningún hijo.

-No; tenía unos diecisiete años y ya había dado a luz varias veces. Dos ninos y una nina -dijo Nana sacudiendo la cabeza tristemente. Un mechón rebelde de pelo se le escapó del moño que tenía bajo la nuca.

-¿Y la tía Jayne? ¿Dónde entra ella en todo esto?

-Pues ella pertenece a la línea de la suma sacerdotisa, de la primera Margaret McKay. Jayne decía siempre... -dijo Nana, la voz se le apagó en la garganta.

-¿Qué decía la tía Jayne? -preguntó Siren, inclinándose hacia adelante.

Nana se llevó la mano a la base de la garganta.

-Decía que su familia, por ambas partes, descendía de una raza antigua; pero algunos creíamos que aquello no eran más que cuentos, ¿sabes? En todo caso, Jayne decía que por eso no funcionarían nunca las cosas entre tu madre y tu padre, porque a tu padre le corría por las venas la sangre de los antiguos, y tu madre tenía la sangre de los extraños.

Siren se había llevado la mano al regazo.

-El tío Jess afirma que si mi padre nos dejó fue por culpa de la tía Jayne.

-Vaya, vaya -dijo Nana, agitando una mano-. Eso es una manera interesante de dar la vuelta a la historia, aunque no esté bien que yo lo diga.

-¿En qué sentido?

-En realidad, es muy sencillo. Tu padre, por lo que yo lo conocí, parecía ser muy popular en el pueblo, no sé si me entiendes. Tenía la piel oscura, con pelo negro como el tuyo, y los ojos del color del mar. Era un chico poco corriente. Tu tía Jayne se lo encontró retozando con una muchacha del pueblo poco después de que tu madre tuviera a Gemrna. La tía Jayne levantó un escándalo muy grande por todo el asunto, y propuso traeros a todos a vivir al monte, pero tu madre no quiso ni oír hablar de ello. Era casi como si Jayne supiera lo que iba a pasar, pues tu padre se largó del pueblo al día siguiente. Desde entonces, nadie ha oído hablar de él. Tu madre, que tuvo que hacerse cargo de vosotras dos, echó la culpa a tu tía y la expulsó de su propia casa. Dijo que Jayne estaba difundiendo mentiras.

-Pero ¡eso no es posible! Jess afirma que la casa era del clan de los Ackermann.

-Mentira.

-¿Quieres decir que mi casa era en realidd de Jayne?

-Eso es.

-Pero yo no vi nada de eso al pedir la certificación de propiedad; o, por lo menos, mi abogado no dijo nada. ¿Dónde se fue Jayne? -preguntó Siren con incredulidad.

-Se subió aquí, con nosotros. Murió menos de un mes más tarde.Yo siempre pensé que había muerto de pena. Tu madre no os dejó que la vierais.

-Pero, si era la casa de mi tía, ¿por qué no echó ella a mi madre?

-Por lo mucho que te quería a ti. No apreciaba gran cosa a Gemma, que yo recuerde. Aunque siempre creí que eso era bastante tonto, pues Jayne no había llegado a conocer a la pequeña: al fin y al cabo, Gemma no era más que una recién nacida. Jayne también tenía sueños. Sueños que anunciaban el futuro, como te he dicho antes.

-¿Soñaba con el pasado?

-Todos soñamos con el pasado, niña.

-No; quiero decir, con el pasado de otra persona. Por ejemplo, si tú me estuvieses hablando de la Segunda Mundial y vieras de pronto lo que me había pasado a mí.

Nana se quitó un poco de pelusa de la falda marrón.

-Eso se le daba bien. Ajá. ¿Por qué?

Siren contó a Nana la experiencia que había tenido aquella mañana con el tío Jess.

-¡Cielos! ¿Es la primera vez que te pasa?

-Sí.


-Bueno, pues te digo en confianza, que más vale que no le cuentes a nadie, y digo "a nadie”, que eres capaz de hacer eso; suponiendo, claro está, que descubras que lo puedes hacer otra vez. Hay mucha gente a la que no le gusta que se descubran sus secretos. Y, francamente, si eres como la mayoría de la gente, solo te vendrá a rachas. A veces acertarás plenamente, y otras veces no captarás nada. La videncia no se puede encender y apagar como si fuera una bombilla.

-¿Sabe el tío Jess todas las cosas que me has contado hoy?

-Claro que las sabe; y por eso me sorprendió que me llamara para que te mirase cuando te hiciste daño. Llevaba años sin pisar esa casa.

Siren volvió a arrellanarse en el sofá. Sentía como si le diera vueltas la cabeza, pero al mismo tiempo se sentía cómoda con todas las cosas raras que le había contado Nana.

-Por primera vez en mí vida me siento, ¿cómo decirlo? Conectada. Quisiera aprender algo más acerca de mi linaje, pero no estoy segura de cómo hacerlo. Quiero comprender quién soy y lo que soy. ¿Existe algún modo de aprender a controlar una parte de estas cosas, como, por ejemplo, los sueños y las impresiones videnciales? ¿De hacer que me sirvan de algo, en vez de darme sustos de muerte?

Nana se Ievantó despacio del sofá y se puso de pie junto al altar.

-A mí me agradaría enormemente transmitirte a ti el linaje mágico de Jayne y sus conocimientos. Creo que ella lo habría querido así. Tengo casi todos sus instrumentos. Dejó aquí todas sus cosas al morir.

Nana titubeó.

-Pero lo que pides trae aparejada una responsabilidad enorme. No te puedo mentir. No serías una alumna corriente, Siren. Deberías pensarte cuidadosamente esta decisión. Llevas en tu sangre los Viejos Modos.

En la sangre.

Sangre marcada.

LAS CALLES secundarias estaban saturadas de tráfico, pues los más previsores de entre el público que asistía a la feria intentaban salir del pueblo antes de que estallara la tormenta.Tanner dio un bandazo para evitar un cucurucho de palomitas medio vacío que rodaba por el asfalto. Nana se traía algo entre manos, él lo notaba. Un fragor lejano de truenos interrumpía sus pensamientos. Las colgaduras de colores se rompían con el viento cada vez más fuerte. Un globo solitario golpeó la fachada del parque de bomberos y fue subiendo hasta que el roce de los ladrillos ásperos lo hizo estallar. El cielo tenía mal aspecto. Muy mal aspecto. Tanner dejó la moto detrás del parque de bomberos y saludó con la cabeza a varias personas mientras se abría camino entre la multitud de asistentes a la feria que paseaban ante las puertas de los garajes traseros. Algunos le echaron miradas extrafias; alguien soltó un risita, y más de uno se apartó de él y cruzó rápidamente al otro lado de la calle. ¿A qué venía todo aquello?

Jimmy Dean lo recibió cuando entró por la puerta

-¡Ay,jefe, tenemos un problema grande! -le dijo.

-¿Y eso es una novedad?

Jimmy lo cogió del brazo cuando él intentó seguir adelante.

-No lo entiende. Un problema de verdad.

-¿Cuál? -dijo Tanner, suspirando.

-No quiero decírselo, porque si se lo digo, usted cree yo he tenido algo que ver, y no ha sido así. De verdad, no ha sido así.

Tanner lo dejó atrás.

-No entiendo nada de lo que dices -expuso, y abrió puerta de su despacho para encontrarse con el alcalde y variosconcejales, entre ellos Ronald Ackerman.

-¡Ay, mierda! -dijo Jimmy-. Debería haberme dejado que se lo explicara antes.

-¿Qué pasa aquí? -Preguntó Tanner, sujetando todavía la puerta.

El alcalde, un hombrecito regordete con papada, apartó la vista. Avergonzado.

-Lo siento, Tanner, pero no podemos consentir una publicidad de este tipo. Tu afición a la bebida. Los incendios. Sencillamente, no estás a la altura de lo que esperamos. Y ahora, esto –dijo, alzando las manos al aire.

-¿De qué demonios habla?

Ronald Ackerman arrojó un ejemplar de La gaceta de Cold Springs de aquella semana sobre el escritorio de Tanner.

-Considérate despedido -dijo-. Muchachos, lo he hecho por vosotros -dijo, rnirando a los demás hombres-. No sois más que un hatajo de cobardes sin agallas.

Se volvió y pasó por delante de Tanner pisando fuerte. Los demás desfilaron mansamente, dejando solo en el despacho a Tanner que miraba con horror el titular: Bruja local lo cuenta todo.

-¿QUÉ DEMONIOS te pasó anoche? -gruñó Dennis, de pie en el escalón de la puerta de Chuck. Echó una ojeada a la puerta mosquitera rota y al montón de botellas de cerveza que había en lo que antes era un jardín. Cuando fuera jefe de policía se alegrarí, pues podría obligar a la gente como Chuck a tener limpias sus propiedades… o a atenerse a las consecuencias.

-¡Ay, hombre, no te lo vas a creer! -dijo Chuck, volviendo la vista y apartándose de los ojos el flequillo rubio-. Escucha, Rachel se ha quedado hoy en casa. Esas malditas pesadillas. Se está subiendo por las paredes. Le di un somnífero. Ella se resistió pero yo me impuse. Está como un tronco.

-¿Te marchaste para volver a tu casa con tu mujer? -le preguntó Dennis, que se había pellizcado la nariz con los dedos y se la iba soltanto poco a poco.

-¡No hombre! -dijo Chuck. Salió de la casa y cerró la puerta-. Ethan Files intentó acabar conmigo.

-Estás de broma.

-Te lo juro por Dios -dijo Chuck, mostrando las manos, llenas de cortes y de magulladuras-. Un hijo de perra me tiró por el barranco.

-Si te caíste por el barranco, ¿cómo es que estás aquí?

-Me salvé por pura suerte -dijo Chuck, con los ojos muy abiertos, dejando escapar el aliento entre los dientes podridos-. Han estado allí hace poco, en el barranco, unos escaladores. Dejaron un par de clavos de escalada justo por debajo del borde de granito. Yo me colgué de ellos, desesperado, hasta que ese hijo de perra se alejó del borde, y después subí y me largué de allí.

Dennis lo miró con rabia.

-He estado intentando llmarte toda la mañana. ¿Dónde está el teléfono móvil que te di?

-Lo siento, hombre, lo perdí. Mira, será mejor que te vayas. No sé cuándo durará el efecto de esos somníferos.

-Estate quieto hasta que te dé más instrucciones –dijo Dennis, apartándose de la puerta-, y hazme un favor. Date un baño. Apestas.

La puerta mosquitera se cerró de golpe. Dennis se retiró al Durango, mirando el cielo plomizo. Se volvió y contempló la caravana desangelada de Chuck sobre el fondo del cielo cubierto. La tormenta venía del nordeste y se movía deprisa. Malo. Estas solían ser las peores. Un relámpago serpenteó por el cielo. No obstante, podía encajar en el plan.

Salió con el Durango a la carretera de Lambs Gap. La carretera estaba casi desierta. Se cruzaron con él unas pocas camionetas y una furgoneta que se dirigían en sentido opuesto, hacia Cold Springs. Su plan divino llevaba funcionando dos años sin ningún tropiezo. Formaban un trío: Ethan Files, Chuck Anderson y Dennis Platt. Amigos desde el primer curso de primaria hasta terminar la enseñanza secundaria, amigos de la infancia se habían convertido en hombres con un propósito. En realidad todo había sido idea de Ethan, este la había forjado cuando estaban en el último curso de la escuela secundaria. Dennis iría a la universidad, después ingresaría en la policía, y con el tiempo se convertiría en el jefe supremo. ¡Qué fácil sería! El padre de Dennis dirigía la Policía Regional del condado de Webster. Ethan aprendería todo lo que podría de contabilidad y de informática. ¿Y Chuck? Haría lo que le mandaran. Tendrían las manos limpias. Serían buenecitos. Cuando Dennis ocupara su puesto y Ethan estuviera trabajando como funcionario, entonces empezaría la diversión.

Y así había sido. Doce misiones con éxito hasta la fecha, seis al año, todas contra criminales; todas contra personas que merecian morir o ir a la cárcel pero que, de una manera u otra habían escurrido el bulto a su destino. No, no habían hecho nada abiertamente, eso habría sido demasiado chapucero. Un accidente por aquí, un desaparecido por allá, una denuncia por delito informático que había terminado en un suicidio: todo muy limpio; una importante redada de drogas (con pruebas falsas) gracias a la cual él había salido en los periódicos y que a él le había valido un ascenso y, a la víctima, una condena a cadena perpetua. Muy limpio. Era la belleza del plan divino de Dennis. Debería realizar más misiones de esas, no mortales. Solo que no podía. Lo habían despedido. Nadie comprendía como él las responsabilidades del condado de Webster. No importaba. Volvería a ganarse la estimación de su padre. Podría conseguirlo. Todo formaba parte del plan divino.

Y la clave era Siren McKay.

Fue en el coche hasta la casa de la McKay. El coche de ella no estaba en el camino de entrada Entró hasta más allá de la farola torcida, para asegurarse de que ella no había aparcado el coche detrás de la casa. Volvió a la carretera. No estaba seguro de qué habría hecho si ella hubiera estado allí. Necesitaba un plan. Estaba enfurecido, y subió a toda velocidad por la ladera del,monte con el todo terreno deportivo, entrando con fuerza en las curvas y acelerando en las rectas. Piensa. Piensa.

Cuando se habían enterado de que volvía al pueblo Siren McKay, casi habían bailado de alegría. Era la persona ideal para añadirla al plan divino; pero él se había aterrorizado cuando la había visto, la noche del incendio en casa de los Ackerman. En las sesiones de planificación de los tres no había advertido que las fotos borrosas que se habían publicado en los periódicos de aquella mujer vestida con el uniforme de la cárcel y con el pelo en un moño correspondían a una persona que él conocía. A una persona que podía echar a perder el plan divino. Al verla con el pelo suelto, con aquellos ojos negros, almendrados, asomándose a su alma, con ese cuerpo pequeño y musculoso que se movía con seguridad de atleta... bueno, había estado a punto de caerse muerto.

Lo primero que había hecho había sido salir a buscar a Chuck antes de que Billy lo encontrara, aunque de poco le habría servido. Chuck tenía miedo de Billy y hacía todo lo que le decía Billy. Después, Dennis había llamado por teléfono a Ethan; Ethan se había pasado toda la noche buscando en Internet, no nabia sido capaz de encontrar nada de particular en el historial financiero de ella. Dennis recordó que le había dado un vuelco el corazón cuando ella le había preguntado si se conocían de antes, y que no se había tranquilizado hasta haberse alejado bastante de su casa. La idea de atropellarla se le había ocurrido al propio Ethan, y aquello había sido un error. Sacudió la cabeza. Lo había hecho sin preguntárselo a Dennis. Una falta de disciplina en las filas, y a la vista estaban sus consecuencias.

Desde entonces no habían tenido más que un problema tras otro. Primero, Ethan se había vuelto loco, había volado su garaje, había matado a una prostituta estúpida (ah, si, Dennis sabía muy bien quién era, pero no pensaba decírselo a nadie hasta que llegara el momento oportuno), y después se había cargado a aquel chico de Whiskey Springs, echando por tierra el program coordinado para quitarse de enmedio a Siren McKay. Ahora todo el mundo intervenía, todo el mundo hacía preguntas. Dennis había estado a punto de cagarse en los pantalones cuando Stouffer había encontrado las fotos de la McKay junto con los recortes de prensa en la guantera del vehículo de Files. Gracias a Dios que no había nada que pudiera incriminar a Dennis.

Lo mismo pasaba con Tanner Thorn. También este formaba parte del plan divino; pero, a diferencia del fracaso McKay, Dennis había organizado cuidadosamente la marcha de Tanner. Primero, las falsas denuncias por conducir borracho. Después, hablar con quien convenía para que perdiera su trabajo. Lástima no haberle pegado con más fuerza la otra noche; pero por otra parte, eso también habría suscitado demasiadass preguntas: podía haberle costado un expediente a él, teniendo en cuenta sobre todo que el muy capullo de Stouffer no le había apoyado y había soltado al desgraciado. Dennis seguía sin entender cómo había podido suceder aquello. El paso siguiente con Tanner habría sido sencillo: un bonito accidente en un incendio. Justicia por haber asesinado a Jenny Thorn. Todavía podía suceder.

Cuando la McKay se había subido a la moto con Thorn, Dennis había pensado que tenía una parejita perfecta. Los tiraría de la carretera, se aseguraría de que estaban muertos, y así habría matado dos pájaros de un tiro. No tenía tanta importancia que Files anduviera suelto por ahí. Si lo atrapaban, Dennis y Chuck lo negarían todo. ¿Quién iba a creer a un asesino loco? Pero si perseguía a Chuck, entonces terminaría lo que había empezado, o bien se dedicaría a Dennis. ¿Quién sabía lo que se escondía en el cerebro retorcido de Files?

Siempre podía recurrir a la defensa propia. Sacó de la guantera la Glock 17 y la dejó sobre el asiento. Llevaba un cargador de diecisiete cartuchos, lleno del todo. Cuando volvía a su casa, vio el coche de la McKay en el camino de la casa de Loretta Thorn.

Iba a cobrar forma un nuevo plan.


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